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Actualizado: 29 de junio de 2025
No se atrevieron, sin embargo, a encender fuego por no llamar la atención de los salvajes que pudiera haber en aquellos espesos bosques, y se contentaron con comer galletas y sardinas ahumadas, a las que agregaron varios durions, frutas exquisitas, grandes como la cabeza de un hombre y erizadas de espinas muy agudas por fuera, pero que encierran una pulpa blanca delicada y de sabor exquisito, superior al de la piña y el mango; pero que tiene un olorcillo a madera quemada que desagrada mucho a los no acostumbrados a él.
Un vestido estrecho como una funda moldeaba la exuberancia de su formas. La falda, recogida y angosta en el remate de sus piernas, parecía el mango de una maza enorme. Sobre el verde marino del traje llevaba un tul blanco con lentejuelas plateadas, á modo de chal. El capitán, á pesar de su respeto por la sabia dama, la comparó á una nereida madre bien alimentada en las praderas oceánicas.
¿Dónde lo ha aprendido Vd.? En el agua, mi capitán. Tiene Vd. un hermoso paraguas. Sí, es un regalo. 10 ¡De veras! y ¿de quién? No lo sé; pero dice en el mango, "Presentado a Juan Pérez." ¡He visto al diablo! ¡He visto al diablo! dijo un hombre huyendo. 15 ¡Cómo! ¿Vd. ha visto al diablo? Sí, señor, en figura de borrico. ¡Bah! ha tenido Vd. miedo de su sombra. En un hospital.
Entonces, después de abotonar su abrigo y atar sólidamente la zotera de su látigo de caza al mango, golpeó las vueltas de sus botas con el aire de un hombre dueño de sí mismo, como para persuadirse de que estaba preparado para lo que iba a sucederle.
Instintivamente, como el suicida pone el dedo en el gatillo, llevó la mano al cerrojo; pero así como el suicida, instintivamente también, se sobrecoge y no tira, apartó su mano del cerrojo, el cual tenía el mango tieso hacia adelante como un dedo que señala.
Según la linda frase de María Leckzinsca, «Un cochero viejo gusta siempre de oír restañar el látigo.» Pero a Raúl le gustaba más tenerlo por el mango... Durante aquel período de desanimación y cansancio fue cuando conoció a miss Darling en la embajada de Inglaterra.
Sin embargo, dijo con indiferencia: Como queráis; pero ante todo, voy a beber un trago de cerveza. Y después de haber llamado, se recostó en dos sillas y se puso a golpear la repisa de la ventana con el mango del látigo.
Al día siguiente le propuso el concejo una honrosa transacción; pero ¡bueno estaba don Silvestre para capitular, cuando tenía la sartén por el mango!
Y hoy, que es el último día... ya veis... Callose otra vez y frotó el cuarzo contra su manga. Como puede verse, el caso es duro para su socio... Y ahora, señores añadió bruscamente, recogiendo su pala de largo mango, se acabó el entierro; les doy las gracias y... Tennessee se las da también por la molestia que les ha ocasionado.
Opinión de todos fundadísima era que el buey Apis estaba abocado a ser presidente del Consejo en cuanto viniera a tierra aquel gabinete que ya se tambaleaba, y entonces ¡oh, entonces! sería él seguramente ministro, y desde las alturas del banco azul, teniendo él la sartén por el mango, podía ya reírse impunemente, así de las burlas como de las amenazas de los masones.
Palabra del Dia
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