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Al tiempo de marchar mandé 50 hombres de fusil y lanza, á las órdenes del teniente D. Francisco Barros y un práctico, á recojer 36 caballos, que por flacos habiamos dejado hácia el Rio de los Sauces; y á poca distancia por la costa del rio encontraron un perro de los indios y varios rastros de caballos.

Señor, excelentísimo señor, poderoso señor... dijo todo compungido y trémulo el cocinero mayor. ¿Qué os mandé ayer? ¿qué me prometísteis ayer? ¿Qué me mandó vuecencia? dijo espantado Montiño ¿qué prometí á vuecencia? Se detuvo asustado, como quien no encuentra una contestación satisfactoria á una pregunta importante.

11 Y le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses? 12 Y el hombre respondió: La mujer que me diste, ella me dio del árbol, y comí. 13 Entonces el SE

Un día vi cómo por broma peinaba á uno de nuestros capataces y le arreglaba los bigotes en punta, á estilo del kaiser Guillermo. Mandé que le diesen de beber todo lo que quisiera. Es el medio más seguro de que esos hombres hablen, y él habló.

Que viene, hombre, que viene... Si se lo prometió ayer a Veva, que la mandé yo expresamente. Y así era, en efecto: la marquesa de Butrón había estado la víspera en casa de la Villasis a pedirle por todos los santos del cielo que no dejara de asistir a la junta; la pobre señora parecía azorada, y pedíaselo con tal ahínco, como si le fuera en ello la vida.

«Yo, que necesitaba aminorar la población para suspender consumos que no podían reponerse, mandé que los que no pudieran subsistir con sus provisiones o industria saliesen del Callao. Esta orden fué cumplida con prudencia, con pausa y con buen éxito.

A la una de la tarde mandé la chalupa con el piloto á la Punta de los Lobos, para que registrase los bajos, y viese si habia sitio á donde echar el caballo en tierra, á fin de reconocer la boca del Colorado por considerarme ya muy cerca de su desague. Al ponerse el sol tendí la ancla grande, por haberse puesto el horizonte de mal semblante.

I pues Dios ha hecho á V. M. tan gran señor, i tiene en sus reinos i señoríos, minas, tesoros, i todas las cosas necesarias para la conservacion i sustento de la vida humana, así de frutos de la tierra, como de bienes adquiridos con trazas i artes sin dependencia forzosa de otro reino estraño, mande que esto se remedie, prohibiendo la entrada en estos reinos de mercaderías labradas i fabricadas en los estraños por los medios i modos mas suaves que se puedan.

Te la mandé ayer con el mozo que fué, a llamarte.... Tiene usted razón. Me levanté y fui en busca de la carta. La tenía yo en el bolsillo de la blusa. «Rodolfo: «Perdóname si esta carta te llena de amargura. Bien que me amas, y comprendo que mis palabras van a lastimarte el corazón; pero algún día, cuando seas feliz, porque hoy no lo eres, me agradecerás lo que ahora ha de causarte tanta pena.

Debe de ser muy buena. Mal genio; pero tocante a... vamos, a eso que usted anda buscando, me paece a que es perder el tiempo. En fin, yo haré lo que usted me mande, con una sola condición: que no parezga usted por donde vivimos, a lo menos hasta que... ¿Hasta que nos arreglemos? Cabalito. Te lo prometo; me ayudas, te pago bien, y por ahora no pongo los pies en vuestro barrio.