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Por otro lado, la misma fuerza, desarrollando el molusco en miembros articulados, que cada uno de ellos fabricó su concha, endureciendo ese ser encostrado, le dió consistencia, sobre todo en las pinzas y en las mandíbulas, para morder y triturar los objetos más duros. En este capítulo sólo hablaremos del primero. El chupador del mundo blando, gelatinoso, lo es él mismo.

Procurad darles en el cuello, si queréis que nos veamos libres de sus tremendas mandíbulas. Los cocodrilos llegaban, en efecto; pero no eran dos o tres, sino una verdadera banda; treinta, cuarenta o quizá más. ¿Cómo se habían reunido allí tantos saurios, cuando los náufragos no habían visto ni uno siquiera durante el día? ¿Venían de alguna gran charca o de algún lago que hubiera cerca del río?

Mucho tiempo después de estar separadas sus grandes vísceras, producen las masas informes del tiburón terribles contracciones que algunas veces han sido bien funestas, pues el poco conocimiento ó la imprudencia han sido causa de que algunos pasajeros hayan perdido un pie ó una mano, entre mandíbulas que creían desprovistas de fuerza vital.

Desaparecían de golpe las hirsutas melenas y las barbas patriarcales. Cráneos redondos con la sombra azulada del pelo cortado al rape, mandíbulas salientes ostentando aún las erosiones de una afeitada rápida, mostrábanse en el mismo lugar ocupado antes por barbudos personajes de trágico aspecto.

Indudablemente no había sabido expresarse: necesitaba hablar con ella otra vez... Y decidió permanecer en Lourdes. Pasó una noche de tortura en el hotel, escuchando el rebullir del río entre las piedras. El insomnio le tuvo entre sus mandíbulas feroces, royéndolo con un suplicio interminable. Encendió la luz varias veces, pero no pudo leer.

De vez en cuando avanzaba hasta los bordes de la peña, y con las mandíbulas apretadas y los ojos centelleantes, miraba a Yégof sentado delante de una gran hoguera en la meseta de «El Encinar», en medio de una pandilla de cosacos. Desde la llegada de los alemanes al valle de Charmes el loco no había abandonado aquel puesto; parecía que estaba contemplando desde allí la agonía de sus víctimas.

Los tres salieron, acompañados del pastor Lagarmitte, a quien se había nombrado trompeta, y del anabaptista Pelsly, persona grave, de amplia barba corrida alrededor de las mandíbulas, que iba con los brazos metidos hasta los codos en los enormes bolsillos de su túnica de lana gris guarnecida de broche de latón, y a quien la borla de su gorro de algodón le caía en medio de la espalda.

Cuando el animal pincha, muerde ó destroza, hácelo con todo su ser, que aun al extremo de su arma conserva completa energía vital. Simplificación maravillosa. Esa cabeza une los ojos, los palpos, las pinzas y las mandíbulas.

Tenía el vientre colgante, y las piernas, completamente desprovistas de carne, parecían dos bastones forrados de cuero. Tenía cara más de mono que de hombre; la cabeza, aplastada; la frente, comprimida; la nariz, chata; las mandíbulas, abultadas; las orejas, largas; los ojos, pequeños y de brillo extraño, y la boca, tan grande, que le llegaba casi desde una oreja a la otra.

Los músculos orbiculares se contrajeron y ensancharon, los párpados se cerraron y abrieron, aleteando con loca rapidez. Los ojos rodaban en sus órbitas, lanzando una luz extraña, como si la electricidad de la convulsión reflejase en sus pupilas verdosas centellas. Las mandíbulas se cerraron fuertemente, ensangrentando la lengua.