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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Al que no lo entienda, podrá decírsele lo que el hidalgo manchego o el cura dijo una vez al barbero que se quejaba de no entender a cierto poeta: «Ni es menester que le entienda vuesa merced, señor rapista.»
La conclusión de este meneo mental era que «aquí lo que hace falta es un hombre de riñones, un tío de mucho talento con cada riñón como la cúpula del Escorial». Su prisión por sospechas de conspiración acentuole la soberbia y la murria soñadora, revolviendo más al propio tiempo el pisto manchego de su programa político-social.
Yo, de mozo, fui carlista; soy manchego y anduve con Palillos: pura ignorancia. Pero repito que vi nacer la criatura, y tendría gusto en enterarme por mis ojos de hasta dónde alcanza, pues por ahora no es gran cosa lo que lleva hecho en favor del mediano... ¡Pero soy tan viejo!... ¿Ve usted a Coleta, ese borrachín que nos oye?
Era un chico de Medicina, chico en toda la extensión de la palabra, pues levantaba del suelo lo menos que puede levantar un hombre; estudiosillo, inocente, bonísimo y manchego por más señas. Satisfecho el Peor de la elección de la niña, alababa su discreción, su desprecio de las vanas apariencias, para atender sólo á lo sólido y práctico.
Pues mira, en esa casa vive una muchacha, una niña que apenas tiene quince años, a quien su madre ha prostituido, entregándola a ese chalán que llaman Pepe el Manchego. ¿Y usted ha ido allí a ver si la sacaba de sus garras? La había visto ya otras dos veces, y no parecía mal dispuesta; pero no sé quién dio soplo a ese hombre, y hoy se presentó de repente y armó un alboroto.
¡Feliz yo si hubiera tantas perdices como las de mi plazuela de Herradores, tantos pucheros como mi olla de Madrid, tantas botellas como las de mi clásico manchego! Voy á terminar este dia con una pregunta: ¿se vive aquí mejor que en otras partes?
El pueblo manchego no es tampoco perezoso por índole, como se dice. Esa es una mentira que los malos gobiernos han inventado para encubrir su incapacidad.
En punto a revoluciones, debiéramos también imitar al hidalgo manchego, que se contentó con romper una sola vez la celada, ufanándose al reconocer lo cortante de su espada y lo pujante de su brazo; pero, ya la celada recompuesta, se guardó muy bien de acuchillarla de nuevo, y la dio por buena y resistente aunque no lo fuese.
Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mesmo y diciendo: ¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salidad tan de mañana, desta manera?: «Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel».
Nosotros, como el Hidalgo Manchego, tenemos algo de soñadores; una ilusión nos vivifica.
Palabra del Dia
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