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Actualizado: 17 de junio de 2025
También don Cándido frisaba con los cincuenta años y era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador, y si no amigo de la caza, como don Quijote, incansable en el ejercicio de buscar tristezas para aliviarlas.
Estaba impaciente; salí de casa, y en la carretera me encontré con el médico viejo. Era gran madrugador y salía temprano para su visita. Le saludé, le acompañé, le dije si conocía a Mary y le pregunté qué se decía en el pueblo de las galanterías de Machín. Nada malo. Puedes estar tranquilo. No creo que le haga el amor a Mary. Está correctísimo con ella y la trata con gran consideración.
Y el Obispo las iba llamando por rigorosa antigüedad, como en una peluquería, sin tener en cuenta si eran amas o criadas. «Era demasiado hacer el apóstol». Se le dejó. Pronto se vio rodeado nada más de populacho madrugador.
Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana.
Vestía el madrugador un desteñido pantalón grancé, reliquia bélica, y estaba en mangas de camisa. Miró al poco cielo que blanqueaba por entre los tejados, y se volvió a su cocinilla, encendiendo un candil y colgándolo del estribadero de la chimenea.
He dormido muy bien... ¡qué linda mañana! ¿eh? ¿Y Melchor? Me ha costado un triunfo despertarlo. Dice que tiene más pereza que vergüenza. ¡Y él sabe ser madrugador!... Estará cansado... o puede que tenga un atraso de sueño. Voy a verlo, ya vuelvo, espérame aquí con Baldomero.
No, Bertrán trabaja por la mañana, y Jaime no llegará de Viena hasta de aquí a unos días. ¡Y yo que recorría la gran avenida todas las mañanas, en busca de ustedes!... dijo Martholl. ¿A qué hora va usted? Un poco tarde; no soy madrugador, a causa del Club. Se queda uno hasta demasiado tarde.
Soltó un taco madrugador y cogió el guante con dos dedos, levantándolo hasta los ojos. ¿Quién diablos ha andado aquí? preguntó a las auras matutinas. Guardó el guante en un bolsillo, recogió las semillas que no había llevado el viento, y con gran cuidado volvió a escoger y separar los granos. Se trataba de una singularísima especie de pensamientos monocromos, invención suya.
El jurisperito, gran madrugador, había vuelto de misa y del acostumbrado paseo por la alameda de Santa Catalina, o sea el Bosque Pancracio de la Vega, y muy instalado en su poltrona aguardaba la llegada de su nuevo amanuense. ¡Adelante, joven! dijo en alta voz. ¡Adelante! ¡Bien! ¡Bien! ¡Me place la exactitud! Tome usted asiento. Voy a decirle cuáles son aquí sus obligaciones.
Palabra del Dia
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