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Actualizado: 14 de junio de 2025


El tal Machín era un tipo raro en todo, en su conducta, en sus parecidos y en las simpatías y antipatías que despertaba. Días después, una mañana de otoño muy clara y muy hermosa, Machín, con su criado, se embarcó en la goleta. Pasaron días, semanas; han pasado años; no ha vuelto a saberse más de él. El día de mi boda, al llegar a casa de mi madre, Mary abrió el sobre que me había dado Machín.

Ahora mandaré un hombre a que recoja mi equipaje. Me voy, porque tengo prisa dije. Bueno, bueno me contestó el patrón. Fuí saltando de barca en barca hasta ganar las escaleras del muelle. Estaba desierto. Yo sentía una gran angustia. Al pasar por el taller de tornero de Zelayeta encontré a mi amigo; le cogí del brazo y le pregunté lo que se decía en el pueblo de Mary y de Machín.

Era admirable de precisión: una maniobra mal hecha, una cuerda rota, y la goletilla iba al fondo del mar. Al cambiar de dirección creímos que se hundía; hubo un momento en que estuvo tendida casi por completo; pero pronto se fué enderezando y vino hacia nosotros ciñendo el viento. Sobre la cubierta estaba Machín, tendido, acurrucado, y, al pasar cerca de nosotros, nos echó una cuerda.

Después supe que la maquinación de Machín no se había limitado a llevarme a mi a Frayburu. La misma mañana envió una carta a Mary, citándola a la salida del pueblo, firmada con mi nombre; pero la Cashilda y mi novia sospecharon un lazo, e, interrogando al chico que llevó la carta, averiguaron que procedía de Machín.

La noche estaba muy negra, el viento soplaba con furia, nubarrones obscuros se extendían por el cielo y dejaban espacios más claros, donde brillaba un grupo de estrellas. Hice un esfuerzo y me quité el pañuelo de la boca. Respiré a pleno pulmón. Luego pensé con frialdad: ¿Qué querían de aquellos hombres? Si Machín hubiera pensado echarme al agua, ¿qué esperaba?

Juan Machín se casó con una mujer rica de Bilbao; compró una casa solariega en Izarte, y comenzó a arreglarla a su gusto. Varias veces me dijeron que fuera a ver los trabajos y excavaciones que se hacían en el pueblecito vecino; pero no tenía gran curiosidad, y no hubiese ido por allí a no aconsejarme mi madre que fuera, aunque por otra causa.

Fuí después de comer; pasamos a un despacho con armarios, que tenía en las paredes unas láminas anatómicas bastante desagradables; el doctor me hizo sentarme en una poltrona, y me dijo: ¿Sabrás que se marchó Machín? , ya lo . ¿Sabes a qué se debe el cambio que hizo con relación a tu novia y a ti? No. Pues a lo que le conté el mismo día que fuimos a verle en este despacho.

¿Pero qué otro objeto podía tener? pregunté yo. ¡Quién sabe, Shanti, quién sabe! me dijeron. Alguno llegó a manifestar la sospecha de si Machín no habría salido con su barco con la idea de hacernos naufragar. No era posible convencerles de otra cosa y los dejé. A un marinero, y a un marinero vascongado, no se le convence nunca de nada.

Luego me dijo: ¿Está su madre de usted? . Quisiera saludarla. Bueno, pase usted. Entramos en el cuarto de mi madre que, al ver a Machín, quedó sorprendida no se por qué: Machín estuvo con ella muy amable. Hablaron los dos largo rato. Yo estaba inquieto con aquella visita incomprensible. ¿Qué cambio es éste? me preguntaba. Al salir Machín, me dijo: Quiero marcharme de Lúzaro.

Fuimos juntos a Izarte, en coche. Paramos en casa de Machín y subimos los dos a su despacho. Me chocó ver a mi enemigo de cerca. En poco tiempo se había avejentado. Quizá, en vista de su aire miserable, parte de mi cólera desapareció. Machín nos miró con aire sombrío, nos saludó y nos dijo: ¿Qué querían ustedes? Este señor tiene que hablarle contestó secamente el doctor . Yo le hablaré después.

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