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Actualizado: 14 de junio de 2025
Los dos hombres rápidamente me bajaron por la rampa del muelle y me tumbaron a proa en la cubierta de un barco. A popa había un hombre envuelto en un sudeste, a quien no se le veía la cara. A pesar de esto, le conocí. Era Machín. Me había llevado a su goleta. ¿Con qué objeto? Sin duda quería jugarme una mala pasada.
Tampoco quise dar parte a la autoridad de esta tentativa de asesinato de Machín; lo que sí hice fué contar lo ocurrido a la Cashilda y advertirle que si venía algo de fuera para Mary, no se lo diese. Ella, horrorizada, me dijo que no tuviese cuidado; si algo llegaba, ella lo detendría y me lo enviaría.
El médico viejo dejó de hablar y se quedó mirándome, buscando conocer mi opinión. Sí, es horrible dije yo esa falta de respeto por la vida ajena. ¡Cuánta gente no se habrá sacrificado por esas ideas del rango y de la posición social que, después de todo, no sirven para nada! Son restos del feudalismo. Eso es. Es verdad. ¿Y qué dijo Machín al oírle contar a usted esto? Se puso como un loco.
Yo pensaba que Machín era, sin duda, un hombre violento, capaz de cosas buenas y de cosas malas, dispuesto lo mismo a salvar a una persona exponiendo su vida que a asesinarla; pero ni al mismo Larragoyen, que era una persona sensata, le pude convencer de esto. Se olvidaron los detalles tristes de la jornada, para entregarse a la alegría y al vino.
Además, yo era más fuerte que él. Pasó Machín, subió las escaleras conmigo, entró en mi cuarto y se quedó mirando los libros de mi armario y los cuadros de las paredes, con gran curiosidad. ¿Vienen de casa de su abuela estos cuadros? preguntó. Sí. Quedó mirándolos de nuevo. Yo le contemplaba con marcada impaciencia. Usted dirá lo que quiere ... le advertí. Sí. Voy a decírselo a usted en seguida.
Palabra del Dia
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