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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Eso no es justo, me dijo Farinelli. Y aquella tarde, en la habitación del Rey, leía versos franceses de un poeta que principiaba a hacerse célebre, de Voltaire, y que Farinelli recitaba con calor y entusiasmo, sobre todo, cuando llegó a este pasaje: Qui sert bien son pays n'a pas besoin d'aieux Bella máxima exclamó el Rey. , señor repuso Farinelli; y es más bella todavía puesta en práctica.

Lo mas que han hecho es aclarar algunos puntos, y darles mayor luz y hermosura; y como mi máxîma constante en los estudios es, que se ha de estudiar la antigüedad en misma, y que de los modernos se ha de tomar lo que hubiesen adelantado de nuevo quando lo hayan hecho; y quando no, lo que sirve á poner mas en claro é ilustrar lo que enseñaron los antiguos, eso mismo es lo que he procurado hacer en esta Lógica, enderezándolo todo á la gloria de Dios, y bien de las gentes.

Cuando Máxima sorprendía entre ellos alguna mirada cariñosa, bajaba la vista, sonriendo con malicia: mostrábase complaciente con exceso; les tiraba de la lengua para que se dijesen amores en su presencia; daba leves empujones a Rosa para que se aproximase más al joven; les hacía preguntas un tantico impertinentes que los ruborizaba; adoptaba, en fin, una actitud protectora, que Andrés encontraba muy chistosa.

Llamaba ella á las piernas columnas del orden social, lo cual no era sino gallarda figura retórica, que cubría su mortal aversión á coser pantalones. Ella no cogia los puntos á los calcetines, porque, poco fuerte en toda clase de ortografías, siempre tenía en boca aquella sabia máxima: no se vive sólo de pan, apotegma con que quería disimular su absoluta ignorancia en materia de guisados.

El hecho es que no tenía yo la edad todavía de querer ni de ser querido, cuando entre otras varias obras francesas que en mis manos cayeron, hacía ya un papel muy principal la de la famosa cortesana citada. Chocome aquella máxima, y fuese pueril vanidad, fuese temor de que por apocado me tuviesen, adoptela por regla general de mis aficiones.

Las damas no desdigan de su nombre; Y si mudaren traje, sea de modo Que pueda perdonarse, porque suele El disfraz varonil agradar mucho. Guárdense de imposibles, porque es máxima Que sólo ha de imitar lo verosímil; El lacayo no trate cosas altas, Ni diga los conceptos que hemos visto En algunas comedias extranjeras.

Oyó el califa la peticion con agrado, ya porque conviniese á su política favorecer á Ordoño, ya porque hubiese este acertado á defender su causa con habilidad, y accedió á ella esponiendo como máxima incontrovertible de derecho internacional, que el haber sido bien recibido D. Sancho por su padre An-nasír no era una razon para que él desairase á D. Ordoño.

La máxima perniciosa, que se propone nada ménos que asegurar el acierto con la malignidad del juicio, es tan contraria á la caridad cristiana, como á la sana razon. En efecto: la experiencia nos enseña que el hombre mas mentiroso dice mucho mayor número de verdades que de mentiras, y que el mas malvado hace muchas mas acciones buenas ó indiferentes que malas.

Muy bien podía ser lo primero, pero tampoco era descabellado suponer que fuera lo segundo, y recordando a la sazón la famosa máxima del sabio: «En la duda abstente», yo me abstuve. Los dos pasaron junto a sin verme, pues la oscuridad no podía ser más densa. Aquel acontecimiento me hizo cambiar de plan.

Palabra del Dia

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