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Y parece que agradó al cielo esta devota acción, porque los principales del pueblo se mostraron luego tan aficionados á lo bueno, que le suplicaron al Padre con eficacísimos ruegos se quedase entre ellos para enseñarles el camino de la salvación eterna; mas por mucho que el P. Lucas deseaba lo mismo, no les pudo dar gusto por entonces, porque ya entraba el invierno; pero les dió palabra que á la primavera siguiente volvería á vivir de asiento entre ellos.

La misma pena llevaron otros que se atrevieron á ultrajar la santa cruz que el P. Lucas había hecho levantar en los Tapacurás para que en ella tuviese la gente á donde acudir por socorro en sus necesidades.

Otros, de nación Piñocas, quisieron ir á los Puyzocas, que mataron al P. Lucas Caballero mas apenas lo pudieron conseguir, porque en el camino entraron en una Ranchería de los Cozocas, tan de improviso, que sentidos de los paisanos, que estaban trabajando en sus sementeras, y creyendo ser gente enemiga, se dieron á huir á toda furia por librar la vida; los nuestros alcanzaron á algunos, y entrando en la Ranchería la hallaron desierta, sin persona viviente.

En diversos y pintorescos grupos se realizó el almuerzo presidido por la mesa dispuesta para Melchor que sentó a ella a los convidados más representativos: el comisario Maidagan, don Lucas, Baldomero, Lorenzo y dos muchachas hijas de un colono alemán a las que puso a su lado, al mismo tiempo que decía al hermano de ellas que las había acompañado: Usted no cabe aquí, amigo; pero ha de ser buen gaucho... acomódese por allí...

Nacimiento, entrada en la Compañía y primeros fervores del venerable P. Lucas Caballero. Nació el venerable P. Lucas en Villamear, lugar de Castilla la Vieja. Sus padres eran de lo principal de él y acomodados en bienes de fortuna.

Para dar una prueba de lo exactamente que se ajusta, á veces, el francés al español, elegimos las palabras, que, en son de burlas, dirige el asendereado Don Lucas á los dos amantes, expresando al mismo tiempo su cólera: ROJAS. Pues dadla la mano al punto, Que en esto me he de vengar; Ella muy pobre, vos pobre, No tendréis hora de paz.

Viendo que la Pepa no dijera nada, Peñálvez se atrevió a hablarle y le dijo muy quedo, con su voz más tierna e insinuante: Pepa, ¿no me conoces ya?... Pepa seguía silbando como si no le oyese... Pepa, soy Peñálvez, el escribiente de la policía y amigo de don Lucas. ¿No te acuerdas de cuando iba a visitarlo? Pepa continuaba sin responder...

Oigan ustedes a don Lucas Mentirola. Ese viene siempre de donde sucede algo. ¿Ha habido fuego? Vengo de allí. Hace estragos horrorosos. ¿Ha llegado el tenor nuevo? responde, le acabo de dar un abrazo: viene gordo, y su voz es un portento; le hice entrar en un portal y cantar un rato... por lo hizo. Es un gran muchachón: rubio, alto, ¡extranjero!

9 Los carboneros de Francia, del Dr. Mira de Mescua. 10 Cómo nació San Francisco, de D. Román Montero y D. Francisco de Villegas. 11 La discreta venganza, de D. Agustín Moreto. 12 Contra la fe no hay respeto, de D. Diego Gutiérrez. 1 El médico pintor S. Lucas, de D. Fernando de Zárate. 2 El Rey Don Alfonso el Bueno, de D. Pedro Lanini Sagredo.

Apenas los espías los divisaron de lejos, cuando dando gritos muy descompasados se huyeron la tierra adentro, y tras ellos, con su cruz en la mano, marchó á caballo el P. Lucas, porque las llagas de las piernas no le permitían ir á pie.