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Llegó segundo el «rosillo» montado por su dueño, Lucas Bando, que había tomado varias «paradas» dando «fila» con su cacaballo y que al bajar de éste dijo a gritos: ¡Meten un caballo de sangre y así qué gracia!... Con un animal de la estancia... ¡«Pchá» que son vivos!...

Hasta a don Lucas, un solterón bondadoso y tranquilo, recordó Peñálvez que lo intimidaba muchas veces, disponiendo y arreglando a su gusto las cuestiones caseras... Comprendiendo Peñálvez que su salvación dependía de la Pepa, esperó conmoverla y propiciársela... Al efecto, tomó la actitud más triste, dejando correr las lágrimas del miedo.

El P. Lucas, sin turbarse nada, procuraba animarlos, y la naturaleza, que poco antes, lejos de los peligros, había sentido algún miedo, ahora de nada temió.

El padre de Lucas, el alcalde o cacique, Antolín Carrejo, va a la capital y trata de probar, y prueba, que Luciano era un tremendo conspirador, algo a modo de un Lucio Sergio Catilina, y que había sido muerto para que la república, la paz y el orden se salvasen.

Charles de Vera. Mos de Indón. Mos de Lampujada. Álvaro de Lara. Julio Malvesín. Gaspar Peralta. Juan Antonio Spínola. Jerónimo de Montesoro. Constantino Sacano. Giuseppe Tremarchi. Juan Andrea Fantone. Pedro de Vida. Pedro de Juan. Lucas Calabres. Pedro de Almaguer. Juan de Zayas. Perucho Morán. Juan de Zayas. Juan de Castilla. Luis de Aguilar. Diego de Santa Cruz. Pedro de Vargas.

Parecía que iba á competencia con el V. Padre Caballero en ganar almas para Dios y para mismo muchos méritos; y es obligación mía dar aquí por extenso noticias de las heroicas virtudes de entrambos: de las del primero tendré abajo ocasión oportuna; de las del V. P. Lucas la daré en los capítulos siguientes, concluyendo la narración con el felicísimo martirio que padeció el año de 1711.

Había aparecido entre el follaje, mostrando completamente todo su busto y cara. Era, , la auténtica imagen de aquella escogida doncella de Nazareth, cuya perfección moral han tratado de expresar por medio de la forma pictórica los artistas de diez y ocho siglos, desde San Lucas hasta los contemporáneos.

Querían los cristianos ir en su seguimiento, pero no siendo prácticos en los caminos defirieron esta empresa para tiempo más oportuno y cargando en sus hombros los cadáveres, dieron la vuelta á su Reducción, donde tuvieron no poca materia de alegría en los dos pueblos que vieron se fundaban de nuevo; el uno con el título de San Ignacio de los Bocas, y el otro de la Concepción, donde se juntaron los pueblos de lenguas muy diferentes, que en sus correrías hacia el Mediodía había descubierto el V. P. Lucas Caballero.

No se acabaron aquí las bendiciones del cielo; antes teniendo aquellos bárbaros al P. Lucas un amor de padre, y reverenciándole como á santo, trajeron á su presencia todos los enfermos, pidiéndole, que pues era ministro de un Dios tan poderoso, intercediese ahora por ellos.

No acababa el buen Lucas de echar los ojos por todas partes, donde veía nuevas delicias y bellezas; y hubiera querido detenerse algún tanto aquí ó pasar adelante, pero le atajó sus designios y embarazó su gusto un escuadrón de espirítus bienaventurados; y el más autorizado entre ellos que en el aire del semblante, en la majestad de sus pasos y en la cruz resplandeciente que traía, creyó era príncipe de la milicia celestial; el cual, volviéndose á mirar á Lucas, le dijo con palabras algo severas: ¿Y ? ¿Cómo estás aquí? ¿Te has confesado?