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Actualizado: 14 de junio de 2025
Conversaba de vez en cuando con los Lowe, aquel matrimonio de compatriotas suyos; pero... Y hacía un gesto de altivez para indicar que no eran de su clase. A la tropa de americanos ruidosos la mantenía alejada. Eran viajantes de comercio, ganaderos de las praderas, gente ordinaria. Se aburría con las señoras de otras nacionalidades que hablaban inglés.
Power en la escalera del jardín de invierno, y juntos fueron a sentarse en el sitio que ocupaba ella habitualmente con la pareja de compatriotas. Ojeda, después de ser presentado a los esposos Lowe, permaneció allí como si estuviese en familia. «Ya lo acapararon los yanquis pensó Maltrana . Ahora la señora le muestra un abanico y le invita a escribir en él... Desea versos; tal vez versos de amor.
Lowe se levantaba al amanecer, para ir al gimnasio, tomar la ducha y seguir otras prescripciones del atletismo. Su esposa necesitaba cuidar la voz. Salieron los cuatro, y tras ellos Maltrana.
La gente se cansó de seguirla con los ojos, y fue esparciéndose por el paseo y el jardín de invierno, donde aguardaba el café humeando en las tazas. Ojeda entabló conversación con míster Lowe antes de volver a su mesa, ocupada ya por Maltrana.
Y llenó la copa de Ojeda, después de una rápida discusión en la que no parecieron fijarse sus compañeros de mesa. Un zumbido de conversaciones cada vez más fuerte diluía los sonidos de la música llegados del antecomedor. El vaho de los platos, las respiraciones humanas, la radiación de las luces, iban densificando el ambiente. Maltrana, para desvanecer la contrariedad de su amigo, siguió hablando: Ese matrimonio que come dos mesas más allá, es también norteamericano: los esposos Lowe.
El matrimonio Lowe acogió con risas admirativas esta muestra de español de Mrs. Power. Y envuelta en el humo del cigarrillo que le dio Ojeda, siguió mirándolo con una fijeza audaz, como si concentrase toda su voluntad en esta contemplación, sin importarle los comentarios de las personas cercanas.
Al fin, cuando no quedaban ya neófitos y los grotescos personajes iban a retirarse, precedidos por la música, la vio en un extremo del mirador de la cubierta de paseo, oculta detrás de la señora Lowe, asomando sobre un hombro de ésta la frente y los ojos, lo necesario para ver.
Luego desapareció, siguiendo a los Lowe y a Munster, que la invitaban a continuar el bridge. A la caída de la tarde se encontraron Ojeda y Mina en la última toldilla, sobre la cubierta de los botes. Ella quería ver a su lado la puesta del sol. Desde la línea equinoccial a las costas del Brasil, eran los atardeceres más hermosos de todo el viaje.
Lowe, que no ocultaba el miedo que le infundía su mujer con los fruncimientos dominadores de su rostro acaballado, tomaba, al verse sólo con Fernando, el gesto malicioso de un hombre para el cual no guarda el mundo sorpresa alguna. Daba la buena noticia por compañerismo. Los hombres se deben entre sí estos informes.
Palabra del Dia
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