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Y resultó ser que llegó al bufete del señor Viondi un empleado suyo, un hombre sencillo y bueno, pero sin gran cultura, y declaró, en medio de la mayor jovialidad, que el doctor José Antonio Cortina disertaría aquella noche en el susodicho Liceo acerca de «un inglés» que pretendía que el hombre descendía del mono. Martí se indignó en medio de la risa general.

Pero con la lucha política entre güelfos y gibelinos, entre los del Saloncillo y los del Camarote, todo se había huído. Cada cual se encerraba en su casa. Sólo se veía por la calle tal cual empedernido máscara haciendo las delicias de un enjambre de chiquillos que le seguían. Los esfuerzos titánicos de don Mateo no habían bastado tampoco a prestar animación a los bailes del Liceo.

¡Queridos hermanos en proyecto! comenzó gesticulando con los dos palitos de comer que usan los chinos. ¡Animal! ¡suelta el sípit que me has despeinado! dijo un vecino. «Llamado por vuestra eleccion á llenar el vacío que ha dejado en»... ¡Plagiario! le interrumpió Sandoval; ¡ese discurso es del presidente de nuestro Liceo!

A las doce o doce y media salían todos en pelotón, remangándose los pantalones y las faldas respectivamente, y guareciéndose debajo de los paraguas, charlando en voz alta al través de las calles solitarias y húmedas. Los vecinos, a quienes el sueño no tenía presos, decían: «Ahora salen del Liceo». Esto era todo.

La Magdalena, de la que en otro lugar me ocupo ligeramente, es un lindísimo edificio artístico, que presenta sus cuatro fachadas elegantes, con su respectivo órden cada una de columnas corintias; es un monumento esbelto y airoso, que semeja un templo griego, un liceo, una academia.

Cuatro fueron las veces que habló Martí en el Liceo de Guanabacoa. La primera sobre el realismo en el Arte; la segunda sobre su amigo, el poeta Alfredo Torroella, en que arrancó lágrimas; la tercera sobre los dramas de don José Echegaray, y la cuarta, sobre el insigne violinista Díaz Albertini.

Ocupado en trabajar por mis ideas políticas, no prestaba atención á la suerte editorial de mi obra, cuando algunos meses después recibí una carta del señor Hérelle, profesor del Liceo de Bayona. Ignoraba yo entonces que este señor Hérelle era célebre en su patria como traductor, luego de haber vertido al francés las obras de D'Annunzio y otros autores italianos.

El Liceo cantonal, especie de Universidad para estudiantes externos, hace honor á Friburgo. En la parte baja se dictan cursos sobre todas las materias profesionales.

Durante los cuatro años que en esa República permaneció, fue Director de La Revista Universal, la cual se escribía a veces desde el fondo hasta las gacetillas; conferencista en el Liceo Hidalgo y en otras Sociedades; autor dramático en los principales teatros. Los trabajadores de Chihuahua lo nombraron Diputado al Congreso de Obreros y el Gobierno lo colmó de atenciones a cada instante.

Comenzó a visitar las casas de los amigos, a presentarse en el café, a pasear por las calles, a charlar, a discutir. No volvió a hablar de marcharse. Hasta, con gran pasmo de la villa, en uno de los bailes que se dieron en el Liceo, bailó toda la noche como un pollastre que por primera vez pisase el salón. No obstante, Cecilia estaba muy inquieta.