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Actualizado: 15 de julio de 2025


Quedaba atrás, confundiéndose con otras montañas, el famoso pico de Banderas, con su castillete abandonado que recordaba la heroica Noche Buena de Espartero, el combate de Luchana, milagro de la leyenda dorada del liberalismo, que aún vivía en todas las memorias agrandado por las fantásticas proporciones que da la tradición.

La víctima antigua, inmolada sobre el libro de la Constitución con el cuchillo de la teocracia, no infundía cuidado; lo que perturbaba era el cuchillo mismo revolviéndose fiero contra el pecho del amo. ¡Oh, qué error tan grande haber sacado de su vaina aquella arma antigua cuando ya comenzaba a enmohecer!... El pobre Rey, a quien la Nación no amaba ni temía ya, debió, sin duda, los pocos consuelos de sus últimos meses al espíritu tolerante de su mujer, y si él no se dejaba arrastrar públicamente al liberalismo, sabía tener secretas alegrías cada vez que el Gobierno mortificaba a la gente apostólica.

Todo tiene en la gran masa ó el conjunto de la ciudad los caracteres de la opulencia, de la actividad, del buen gusto y el aseo, de la elegancia en las formas, del liberalismo en las ideas y las costumbres, del sentimiento artístico armonizando con el espíritu de especulación.

Lo brusco de la captura, lo incómodo de la cárcel, lo pesado y quisquilloso y ofensivo de los interrogatorios, bastan y sobran para que salga D. Marcelino de la prision con su liberalismo rejuvenecido, con su aficion á la tabla de derechos, con su odio á la arbitrariedad, con su aversion al gobierno militar, con su vehemente deseo de que la seguridad personal y demas garantías constitucionales sean una verdad.

De un liberalismo templado, manifiestan públicamente un serio respeto por la religión, y en materia política trabajan por introducir cierta reglamentación indispensable para hacer fecundas las libertades y derechos garantizados por la Constitución.

Era, en fin, la tertulia una reunión donde se desahogaba el liberalismo inocente de unos revolucionarios que, en costumbres y preocupaciones, imitaban a sus enemigos, y a pesar de haber sufrido de la dinastía reinante toda clase de desdenes y persecuciones, mostrábanla una fidelidad canina, y siempre era para ellos Fernando VII el rey mal aconsejado, Cristina la augusta señora, e Isabel la inocente niña.

Estoy algo enterado de la cuestión y no voy a permitir que abuses de la ignorancia de Mariano y todos éstos. ¿Cómo puedes decir que aquellos tiempos fueron malos y que ellos tienen la culpa de lo que ahora nos ocurre? El verdadero culpable es el liberalismo, el descreimiento de la época, el haberse metido el demonio en nuestra casa.

Soltaba sus palabras atropelladamente; inclinaba la cabeza, como si el chorro de su verbosidad tirase de ella. El liberalismo, señor de Maltrana, y todo eso del progreso y las revoluciones está condensado en pocas palabras; lo que yo digo: «matar, robar y no hacer daño a nadie...» Matan el alma, se la roban a Dios, y después dicen que no hacen ningún daño... ¡La libertad!

, cuento con él, y en él espero que lo que se anuncia no será nada, en provecho de todos. Pero algún día, Señor y Padre, ha de haber una como la de San Quintín, porque o Vuestras Reverencias dejan de amparar a los carlistas, o los carlistas absorben al liberalismo, o el liberalismo se los traga a ellos y a Vuestras reverendísimas Paternidades.

Y, sobre todo, esa infernal manía de ir contra Dios, de quitar al pobre sus sentimientos religiosos, de hacer responsable a la Iglesia de todo lo malo que ocurre, y que no es más que obra del maldito liberalismo... Don Pablo se indignaba al recordar la impiedad de la gente rebelde. En esto no transigía. Salvatierra y cuantos fuesen contra la religión le encontrarían enfrente.

Palabra del Dia

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