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Avanzaban los músicos quedamente a lo largo de los corredores todavía iluminados por la luz eléctrica, y deteniéndose en un cruce, embocaban sus instrumentos, repitiendo la solemne alborada. Los durmientes se agitaban en sus lechos. Todos sabían lo que significaba esta música oída entre sueños. El Coral de Lutero.

Sus ojos, pasando despectivamente por las sillas viejas, las paredes de suelto empapelado y los cromos de marcos verdosos, tropezaron con algo obscuro, rectangular y profundo que ocupaba todo un ángulo de la pieza. No se sabía si era un diván, una cama ó un catafalco fúnebre. Las mantas pardas que lo cubrían evocaban en la memoria los lechos de cuartel ó de presidio.

El mar, poderoso, con una sola de sus olas cubre de arena todos esos pequeños sistemas de ríos en miniatura; pero los hilillos de agua que descienden luego se practican un nuevo cauce, y sus lechos, de sólo algunos milímetros de ancho, se determinan otra vez en una serie de ondulaciones regulares.

Y mejor que los lechos iguales y helados, con algo de cuartel o de hospital, les sabe más gustoso apretujarse en la escalerilla de Cuchilleros. Ante todo, hacer lo que les la real gana, y después Dios proveerá... Es estéril toda iniciativa contra la mendicidad: es como una costra del alma española, que no curan los bandos de ningún corregidor.

Maltrana, a pesar de la miseria de su propia casa, sentía compasión al ver las viviendas de estas gentes. Eran tabucos cuyo suelo, de tierra apisonada, estaba mucho más bajo que la calle. No tenían tabiques, y cuando el pudor exigía la separación de lechos, salían del apuro colgando de una cuerda una manta vieja.

Desde luego afirmo que estos hermosos fines no han de lograrse en ciertos colegios ni en parte alguna donde la distinguida y mal acostumbrada educanda viva «a uso de tropa». De este modo se aprende todo, si se aprende algo, como el soldado la táctica y las leyes penales: maquinalmente y a la fuerza; y no se toma amor, sino miedo y repugnancia, a las tareas y al cuartel mismo, con sus largos y desnudos pasadizos, sus enfilados dormitorios, sus lechos de contrata, sus vigilantes antipáticos y su refectorio mal oliente.

Sucedía a estos dos lechos el del arriero, fabricado, como se ha dicho, de las enjalmas y todo el adorno de los dos mejores mulos que traía, aunque eran doce, lucios, gordos y famosos, porque era uno de los ricos arrieros de Arévalo, según lo dice el autor desta historia, que deste arriero hace particular mención, porque le conocía muy bien, y aun quieren decir que era algo pariente suyo.

La galería de los reptiles no es ménos abundante y curiosa que las mencionadas; y lo que mas llama la atencion allí es el estado de mansedumbre á que llegan entre sus lechos de arena y celosías de alambres y cristal esos terribles envenenadores del desierto, condenados á arrastrarse, por el pecado original de la serpiente corruptora de Eva y su compañero.

Los que dormían se revolvieron en sus toscos lechos para soñar en la juventud, en el amor y en la vida. Campesinos de tosca cara y ansiosos buscadores de oro, ya en el trabajo, cesaron en sus faenas y se apoyaron en sus picos para escuchar a este romántico aventurero que, destacando a la luz de la rosada aurora, cabalgaba al paso castellano.

Pensaban en el Capitán y en sus compañeros, a quienes suponían buscándolos en aquella inmensa selva. Daban vueltas intranquilos sobre sus lechos de hojas, aguzaban los oídos y contenían la respiración, creyendo siempre oir algún grito o alguna detonación.