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Actualizado: 1 de septiembre de 2025
Iba estirado, satisfecho dentro de su traje de lanilla inglesa, algo incómodo por el cuello de la camisa almidonado y de bordes punzantes; pero le bastaba lanzar una mirada a sus botas de charol y a la corbata, siempre de colores vivos, para darse por satisfecho de todas las molestias que le causaba su transformación. La mamá y las hermanitas le contemplaban con asombro. ¿Qué creían ellas?
Quisiera leer, con todo, lo que usted ha publicado: el género humano debe estar agradecido a la ciencia de don Timoteo... Dícteme usted los títulos de sus obras. Quiero llevarme una apuntación. ¡Oh! ¡Oh! ¿Qué especie de animal es éste iba diciendo yo para mí que no hace más que lanzar monosílabos y hablar despacio, alargando los vocablos y pronunciando más abiertas las aes y las oes?
Qué alma de artista murmuré in petto; y después, armándome de valor, me atreví a hablarles de mis estudios sobre las solteronas. Francisca aprovechó la ocasión para lanzar gritos de horror, que Petra imitó a la sordina. Envalentonada por la mirada de aprobación de Genoveva, conté mis descubrimientos sobre el origen de las solteronas y les dije que en los pueblos polígamos no las había.
Su nariz no era larga ni chata, ni muy regular ni muy irregular; su boca no era ni grande ni chica; contra sus dientes no podía lanzar nadie un epigrama, pero tampoco, sin hipérbole, podía compararlos con las perlas.
Se dedicó en los últimos años á «lanzar» santos. Todos los que encontraba en el calendario poco conocidos ó de nombre raro le hacían sentir el deseo de remediar una gran injusticia. Hacía escribir sus vidas, les dedicaba iglesias, se carteaba con los señores de Roma para sacar adelante á muchos difuntos que esperaban inútilmente siglos y siglos la hora de su santificación.
La pobre niña no podía felicitarse mucho del resultado final de su diplomacia. De tiempo en tiempo trataba de lanzar al triunfante señor de Bevallan miradas llenas de desdén y de amenaza; pero en esa atmósfera tempestuosa que hubiera inquietado seguramente á un novicio, el señor de Bevallan respiraba, circulaba y revoloteaba con la más perfecta facilidad.
Su fresca boca, generalmente seria, se entreabría de cuando en cuando para lanzar por entre su blanquísima dentadura una pronta y alegre carcajada, que su encogimiento habitual comprimía inmediatamente; porque nada le era más repugnante que llamar la atención, y cuando esto le sucedía, se ponía de mal humor.
Maltrana, al pie de la escalera, torció el gesto e hizo señas, con el enfado de un propietario futuro que ve prodigado sus bienes. Ella, al fin, quiso fijarse en sus extremidades, y sin emoción alguna arregló el desorden de la falda, borrándose la divina aparición como la luna entre nubes. Sólo entonces volvió la flauta a lanzar sus pastoriles gorjeos y los danzarines reanudaron sus evoluciones.
Carmen y Lucía son mellizas, muy lindas ambas y bastante vivaces, sobre todo Lucía, mi ahijada. Apenas cuentan 16 años. A Estefanía, mi hermana, le urgía mucho esta presentación. Yo la decía con frecuencia que me parecía pronto para lanzar a las niñas al torbellino del mundo.
Pero la zarpita blanca y sonrosada, en vez de achicarse bajo la presión involuntaria y brutal, que habría hecho lanzar a otra un grito de dolor, se crispó con vigoroso esfuerzo, librándose fácilmente de este encierro: Le agradezco mucho que haya venido. Encantada de conocerle.
Palabra del Dia
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