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Actualizado: 12 de mayo de 2025


Aprendió entonces a merodear de noche en los ranchos vecinos, avanzando con cautela, las piernas dobladas y elásticas, hundiéndose lentamente al pie de una mata de espartillo, al menor rumor hostil. Aprendió a no ladrar por más furor o miedo que tuviera, y a gruñir de un modo particularmente sordo, cuando el cuzco de un rancho defendía a éste del pillaje.

De pronto ve surgir unas canteras que semejan las ruinas de un castillo: El eco de los truenos rueda encantado entre ellas. Al acercarse oye ladrar un perro, y otro relámpago le descubre una hueste de mendigos que han buscado cobijo en tal paraje.

Un perrillo microscópico y feísimo salió de entre unas mantas al lado de la chimenea y comenzó a ladrar, retirándose después gruñendo y tiritando. Diole a Margarita miedo el feo animalejo. ¡Parece un diablillo malo! decía. Estaba el salón medio a oscuras, los muebles sucios y revueltos, y veíanse prendas de vestir sobre algunas sillas.

La lluvia continuó sin interrupción alegrando y reviviendo todo y cuando los tres amigos, ya casi de noche, tomaban asiento en el comedor se oyó ladrar los perros como si algo extraordinario ocurriera. ¿Qué sucede, José? preguntó Melchor al sirviente que ponía la sopa en la mesa. Debe andar gente, don Melchor, por como ladran... voy a ver.

Formaban círculo los cazadores, y a sus pies dormían enroscados los perros, con un ojo cerrado y otro entreabierto y de párpado convulso; a veces, cuando se aplacaban las risotadas y las frases chistosas, se oía a los canes tocar la guitarra, espulgarse a toda orquesta, ladrar por sueños, sacudir las orejas y suspirar con resignación. Nadie les hacía caso.

Quiso avanzar más para escuchar la conversación que se le escapaba por haber bajado la voz los interlocutores, pero uno de los perros que allí estaban lo olfateó y se puso a ladrar. Entonces no tuvo más remedio que descubrirse, fingir que llegaba en aquel momento haciendo de tripas corazón, sonreír y dirigir palabras amables a aquellos traidores.

Solamente Batilo, el melancólico perro, que había perdido los hábitos de su raza y no sabía ni ladrar, estaba paseando su hastío por el comedor, rasguñando de vez en cuando la puerta de un armario, donde probablemente yacían los exiguos despojos de la carne servida en la mesa aquella tarde.

El perro, sin hacer caso de los puntapiés de Pedro, no cesaba de ladrar y aullar, corriendo de un lado á otro, unas veces acercándose á la hoguera con las orejas tiesas y los pelos erizados, marchando otras á ocultarse entre las piernas de alguno de los presentes. La algazara había ido cesando poco á poco en el concurso. Los rostros quedaron completamente serios.

Atruenan el patio ligeros corceles, sus locas fanfárrias la trompa sonora une al argentino ladrar de lebreles en la cristalina quietud de la aurora. Los hierros del puente desatan sus nudos, invade los bosques alegres el coro: ellos, como heráldos de nobles escudos, ellas, como un vuelo de alondras de oro.

Al final Lili dio con su elegante cuerpo en medio de las zarzas que cubrían la boca de la cueva, y allí la mantita de que iba vestido fuele de grandísimo estorbo. El animal, viéndose imposibilitado de salir de entre la maleza, empezó a ladrar pidiendo socorro.

Palabra del Dia

hociquea

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