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Los perros, entonces, sintieron más el próximo cambio de dueño, y solos, al pie de la casa dormida, comenzaron a llorar. Lloraban en coro, volcando sus sollozos convulsivos y secos, como masticados, en un aullido de desolación, que la voz cazadora de Prince sostenía, mientras los otros tomaban el sollozo de nuevo. El cachorro ladraba.

Ni fue el último, porque más adelante, en un sembrado, aún levantó el can un bando tan numeroso, tan próximo, y que salía tan a tiro, que era casi imposible no tumbar dos o tres perdices disparando a bulto. Otra vez hizo fuego Julián. El perdiguero ladraba de entusiasmo y de gozo.... Mas ninguna perdiz cayó.

Yo los hubiera dado con gusto, á no haber mediado el hombre que ladraba. Esta memoria me amargará toda la vida el corazon. A las ocho estábamos en la calle de Lepelletier, ante el teatro de la Grande Opera.

Lo mismo era ver á Regalado con el odioso instrumento en la mano que un vértigo de cólera se apoderaba de su cabeza, ladraba hasta reventar y en poco estaba que no se arrojase sobre él.

Haz lo que quieras, sin reparar en lo que pueda opinar ese señor mayordomo, que él nada tiene que mandar aquí. Despide á esa muchacha; que se vaya con las de su calaña. ¡Oh! No quiero recordar lo que esta señora ha contado. Hasta el perro, que no ladraba; el melancólico Batilo, estaba consternado.

Por lo tanto, me vi obligado a dar una vuelta circular y tortuosa, buscando siempre el amparo de las sombras, hasta que al fin llegué al bosque de arbustos, donde me paré y me puse a escuchar ansiosamente. Allí no se oía más que el suave crujido de las ramas y el triste gemido del viento. Un lejano tren cruzaba el valle, y en algún lugar de la aldea próxima ladraba un perro.

El pobre animal retrocedia, avanzaba, ladraba, se mordia á mismo, chillaba, gruñia, y cuanto más se meneaba, más se encendia la lana. El amo le llamaba, y queria apagar el fuego, pasando el baston á raíz de la piel; pero el palo le lastimaba las quemaduras, y el perro aturdido hacia ademan de morder al amo, con una rabia y un atolondramiento indefinibles.

Pero ni su voz ni sus ojos justificaron tales sospechas, y Ferragut prefirió no darse por enterado de lo que pasaba. ¿Sabe alguien lo ocurrido? Tòni levantó los hombros. «Nadie...» Se había metido en el vapor, apaciguando al perro de á bordo, que ladraba furiosamente. El hombre de guardia había oído los tiros, imaginándose que eran de una pelea de marineros.

El Clavel le echaba una mirada recelosa y daba la vuelta con soberano desprecio. Toma, Clavel, toma este pañuelo, llévaselo a tu ama. Algunas veces lo cogía por compromiso y lo dejaba a la mitad del camino. Otras ladraba tres o cuatro veces para indicar que no eran de su gusto aquellos insulsos experimentos.

Después de media hora de lucha, los dos volvieron a la Rectoral; entró él, ella detrás y cerró por dentro después de decir a un perro que ladraba: ¡Chito, Nay, que es el amo! Paula fue el tirano del cura desde aquella noche, sin mengua de su honor. Un momento de flaqueza en la soledad le costó al párroco, sin saciar el apetito, muchos años de esclavitud.