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Actualizado: 4 de junio de 2025


En torno á cada caballería cuya venta se estaba ajustando se formaban grupos de gesticulantes y parlanchines labriegos en mangas de camisa, con una vara de fresno en la diestra.

Y sobre los monumentos de los héroes y de los dioses, el pastor pasa silbando sin mirarlos siquiera. ¡Oh! lugares deliciosos y solitarios. ¡Cuántos recuerdos encerráis en mi alma! Entre vosotros está el banco donde mi padre descansaba. La habitación donde resonaron sus varoniles acentos, cuando contaba a los labriegos sus hazañas guerreras.

Y en todas las calles, en todas las casas, en todos los rincones suena el afanoso y sonoro tac-tac del martillo sobre la horma. Los domingos, todos estos hombres, un poco encorvados, un poco pálidos, dejan sus mesillas terreras y se disgregan en grupos numerosos y alegres por los pueblos circunvecinos. Los labriegos miran absortos y envidiosos a sus antiguos compañeros.

Pensar en el dinero y en lo que comeré mañana, comprar tierras, discutir con los labriegos, estudiar los abonos, tener hijos que me preocupen con sus resfriados y los zapatos que rompen; no llevar mis aspiraciones mundanales más allá de vender bien la cosecha. Hay momentos en que quisiera ser gallina. ¡Qué bien!

Gentes de Villanueva u otros pueblos que solían cruzar nuestro camino le saludaban llamándole unas veces señor alcalde y otras señor Domingo; la fórmula cambiaba según el domicilio de los transeúntes, de conformidad con la clase de relación o el grado de dependencia. Buenos días, señor Domingo le decían a través del campo. Eran labriegos, gente de trabajo, agachados sobre los surcos.

Parecían un mar ondulante con transparencias verdes del cual partía vago rumor de sederías que se despliegan. Y entre estas olas verdes hería los ojos el brillo sangriento de alguna amapola o la nota delicada de los azules chupamieles. Las figuras de algunos labriegos que atravesaban las trochas se destacaban con admirable pureza.

Los carros de los labriegos, con sus toldos claros, formaban un campamento en el centro del cauce, y á lo largo de la ribera de piedra, puestas en fila, estaban las bestias á la venta: mulas negras y coceadoras, con rojos caparazones y ancas brillantes agitadas por nerviosa inquietud; caballos de labor, fuertes pero tristes, cual siervos condenados á eterna fatiga, mirando con sus ojos vidriosos á todos los que pasaban, como si adivinasen al nuevo tirano, y pequeñas y vivarachas jacas, hiriendo el polvo con sus cascos, tirando del ronzal que las mantenía atadas al muro.

Instantáneamente apareció junto a la mesa del abogado un hombre de siniestra catadura, hasta entonces oculto en un rincón. No vestía como los labriegos, sino como persona de baja condición en la ciudad: chaqueta de paño negro, faja roja y hongo gris; patillas cortas, de boca de hacha, redoblaban la dureza de su fisonomía, abultada de pómulos y ancha de sienes.

El archivo se quedaba en Villanueva; una vivienda de labriegos servía de escuela y de casa consistorial. El alcalde, dos veces por mes, acudía para presidir el concejo municipal, y de cuando en cuando para celebrar algún matrimonio.

Muchos padres enviaron sus hijos á la mina. Al principio ganaban corto jornal: pronto subió éste y en las casas de aquellos pobres labriegos entró un chorro no despreciable de dinero. Con esto la alegría de los paisanos fué grande. Sin embargo, no poco se amortiguó al ver que con el oficio los mineros enseñaron á los zagales sus vicios.

Palabra del Dia

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