Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 12 de junio de 2025
Y así, por este sistema de exclusión, llegó a demostrar a su padre que él no podía ser otra cosa que jurisconsulto, la carrera en que caben todos, los grandes y los pequeños, los listos y los tontos, y los que se buscan el título como puerta para salir a todos los campos de las humanas ambiciones, que no eran pocas a la fecha.
Los mancebos que trabajaban detrás del mostrador, el uno triturando cierta sustancia fétida, y el otro copiando una receta, se miraron, se hicieron una seña de inteligencia, que no pasó inadvertida para mí, y de buenas a primeras me preguntaron por qué causa me «había despedido» el jurisconsulto.
Con la tal circular sancionó el Ejecutivo la opinión de Castro Pérez. Desde entonces en mi querida ciudad natal todo el mundo dice y escribe «vilaverdino», menos don Román que no se da por vencido. Firmó el jurisconsulto su alegato, se quitó el bordado fez, tomó el sombrero y el bastón, y se fué a la calle. Apenas salió el jurisconsulto me puse a examinar el despacho.
Mi padre se sentía orgulloso de uno de sus antepasados, un simple jurisconsulto del siglo XVI, pero escritor de una ciencia y de una erudición poco comunes, que se distinguió por sus obras muy preciosas sobre la jurisprudencia y las leyes de los tiempos antiguos, y que interpretó con una sagacidad exquisita textos importantes, pero confusos, que los más hábiles no se habían atrevido a poner mano sobre ellos.
Sin embargo, sobradas pruebas dio de generosidad. Era preciso renunciar a todo; prescindir de estudiar; no pensar en ser médico o abogado, y perder la risueña esperanza de suceder al doctor Sarmiento o de heredar la clientela del Sr. Lic. Castro Pérez, el más ilustre jurisconsulto de Villaverde. No había más que ponerse a trabajar. ¿En qué y cómo? Sólo Dios lo sabía. ¿Cuándo? Cuanto antes.
«Si pensaría Quintanar que una mujer es de hierro y puede resistir, sin caer en la tentación, manías de un marido que inventa máquinas absurdas para magullar los brazos de su esposa. Su marido era botánico, ornitólogo, floricultor, arboricultor, cazador, crítico de comedias, cómico, jurisconsulto; todo menos un marido. Quería más a Frígilis que a su mujer. ¿Y quién era Frígilis?
Entre todos los Valcárcel no había habido más hombre trabajador en todo el siglo que el padre de Emma, el abogado, que también había sido, dentro del matrimonio, menos prolífico que sus parientes. Ya se ha dicho que Emma era hija única, y, por tanto, heredera universal del abogado romántico y flautista. Pero los ahorros del aprovechado jurisconsulto llegaron a su hija un tanto mermados.
Sería un jurisconsulto eminente; los miles de duros rodarían hacia él como si fuesen céntimos; figuraría en las solemnidades universitarias con una esclavina de raso carmesí y un birrete chorreando por sus múltiples caras la gloria hilada del doctorado. Los estudiantes escucharían respetuosos al pie de su cátedra. ¡Quién sabe si le estaba reservado el gobierno de su país!...
No miraba a los campos, no contemplaba la lontananza de montes y nubes; sus miradas no salían de la ciudad. Vetusta era su pasión y su presa. Mientras los demás le tenían por sabio teólogo, filósofo y jurisconsulto, él estimaba sobre todas su ciencia de Vetusta.
Era gran humanista, diestro y sutil en las controversias, teólogo y jurisconsulto, y muy versado en el estudio de los seres que componen el mundo visible.
Palabra del Dia
Otros Mirando