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Actualizado: 17 de mayo de 2025


Era un hombre de buena edad, estampa agradable... y juez municipal de su pueblo: de aquél muy empingorotado en que había conocido yo a uno de mis consanguíneos de Promisiones, yendo con Neluco a la Torre de Provedaño.

El juez de paz atribuía a esta suposición algún fundamento; pero a Ferpierre le parecía, si no del todo inadmisible, por lo menos poco probable.

Podría tener el novio ausente... Y le diré a usted que presumo lo tenga... Para más datos, puedo asegurarle que él le ha regalado una preciosa bombonera de Saxe... ¿Aun duda usted?... Para que no dude más le agregaré que, según creo, es militar... Viendo que todavía vacilaba el juez de paz, Vázquez no pudo contenerse, y dijo: Se llama el capitán Pérez.

Y como el juez lo interrogara con la mirada, Roberto Vérod le refirió su coloquio con Zakunine. Yo lo he perdonado. Conocí que la muerta quería que lo hiciera. Ella, que lo convirtió, que al morir de su mano realizó la obra de salvación a que se había consagrado cuando se unió a él, no podía querer que yo le guardara rencor. Esa alma soberbia y feroz ama ahora y se prosterna.

Siempre he pensado en ti dijo él llevándose una mano al corazón como si jurase ante un juez. Y lo dijo rotundamente, con un acento de verdad, pues en sus infidelidades que ahora estaban completamente olvidadas le había acompañado el recuerdo de Margarita. ¡Pero hablemos de ti! añadió Julio . ¿Qué es lo que has hecho en este tiempo? Había aproximado su silla á la de ella todo lo posible.

Así continuaban aquellas memorias, llenas de expresiones de una alegría íntima, reveladoras de una alma amante, cándida y sincera, de lo que el juez Ferpierre estaba casi enamorado.

Le daba ira encontrarse tan filósofo, pero no podía otra cosa. Comprendía que aquellas meditaciones le alejaban de su venganza, que en el fondo del alma él no quería ya vengarse, quería castigar como un juez recto y salvar su honor, nada más. Y esto mismo le irritaba.

La misma idea se repite en La dama corregidor, de dos ingenios, y en la comedia anónima La mujer juez de su marido. Están en las obras de D. Jerónimo Cáncer: Madrid, 1651, reimpresas en Lisboa en 1659.

Quería usted entrar en la vía recta, pero, ¿no habría sucedido que, infaliblemente, se dirigieran los dos juntos por el camino extraviado? ¿No había ella de prever que le iba a ser imposible resistir?... Usted es poeta; usted conoce la vida, usted estudia el corazón de los hombres ¿de qué le sirve su arte, si no le hizo ver anticipadamente todo esto? El juez había hablado con mucha severidad.

Palabra del Dia

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