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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Y la joven se expresaba con serenidad, con frescura, como si se tratase de la honra de otra y aquel Roberto fuese un infeliz a quien calumniaban. Juanito no podía contener su asombro. ¡Dios mío! ¡qué gente aquélla! ¿Y era su hermana la joven que permanecía tranquila ante suposiciones ofensivas para su dignidad?
Su facilidad de fisonomista le hizo reconocer inmediatamente a Juanito. Siéntense ustedes... siéntense dijo con su voz reposada, que marcaba grandes pausas entre sílaba y sílaba . ¿Qué hay, pollo? ¿Qué le trae a usted por aquí? El dependiente estaba ruborizado y se expresaba con dificultad, impresionado por la mirada del grande hombre.
Esa modestia, ese incógnito a medio velo, es un medio para llamar la atención como cualquier otro reclamo, y un negociante que desea tanto la popularidad no lleva idea buena. Algo prepara. Para mí, lo que hace es arreglarse el vendaje antes que exista la herida. Juanito sentía inquietud y molestia ante la rudeza con que el viejo destrozaba el ídolo de su admiración, pero calló por respeto.
Al avalar el pagaré de su madre, había pensado revelar a su tío esta debilidad, pues incapaz de hacer nada por cuenta propia, se lo consultaba todo a don Juan. Pero esta vez fue perezoso; transcurrió el tiempo sin encontrar ocasión para ir a casa de su tío, y al fin nada le dijo. Además, su posición en Las Tres Rosas tenía a Juanito pensativo y preocupado.
«Es cosa muy buena» dijo Estupiñá, guardando el libro al ver que Juanito se reía.
Juanito, a pesar de que estaba en guardia para librarse de los halagos de su mamá, y se proponía no adquirir compromisos, sintió en su interior algo que se sublevaba, subiendo hasta su rostro como una ola caliente.... ¡Tramposa su madre!
Necesario era todo su mal corazón para dejar a una hermana en el sufrimiento, pudiendo remediar sus penas con algunos de los papelotes mugrientos que a fajos dormían en el viejo secrétaire de su alcoba. Pero no había que pensar en semejante hombre. Bastantes veces la había humillado con rotundas negativas. Otro de los que no se podía contar para salir de la situación era su hijo Juanito.
Intentó cogerlo por los brazos; pero el pobre muchacho se estremeció, lanzando una mirada a su madre, que despertó en ella vergonzosas sospechas. No, no me toque usted, mamá: ¡lejos...! no necesito a nadie... estoy bien. Y cayó como un fardo sobre el mismo sofá en el que por la tarde había visto la arrugada chaqueta como impasible acusadora del adulterio. Juanito se moría.
Hasta hace pocos años, al autor cien veces ilustre de Pepita Jiménez, le llamaban sus amigos y los que no lo eran, Juanito Valera.
No, señora.... Juanito me ha dicho que la yegua estaba desherrada.... ¿Por qué no te ha puesto uno de los caballos normandos? No sé.... Siempre encuentra alguna disculpa cuando la señora me manda salir en coche. Tal me parece.... Descuida, hija: ya arreglaré yo eso. ¡Bueno está el señor Juanito, con sus ínfulas de indispensable!
Palabra del Dia
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