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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Juanita agradeció mucho esta lisonjera petición de doña Inés, y, casi con lágrimas de gratitud en los ojos, prometió a doña Inés que la mata de pelo sería suya cuando se la cortase.
Crecía este de punto porque mientras que don Paco estaba jugando al tute y Juana le acusaba las cuarenta, Antoñuelo se sentaba muy cerca de Juanita, en el otro extremo de la sala donde ella cosía, y ambos cuchicheaban con mucha animación y en voz tan baja, que don Paco no podía pescar ni palabra de lo que decían.
Y por lo pronto, o bien para conseguir el olvido o bien para enfriar o entibiar su fervorosa pasión, resolvió no volver a poner los pies en casa de Juanita y evitar su encuentro en la iglesia, en las calles y en la plaza.
De ellas se murmuraba, con más o menos fundamento, que habían tenido también fruto, y no de bendición, del cual se habían desprendido o enviándole a la Inclusa o sabe Dios o el diablo de qué otra manera. El epíteto de Larga dado a Juanita no era sólo por herencia; sino que era también por conquista.
Llegó a notar, a pesar del pobre pañolito con que se cubría la chica espalda y pecho, la admirable perfección de toda aquella sana y virginal estructura. De su rostro no quiero ni puedo decir más sino que le parecía el de un ángel. Y, por último, ponía en Juanita casi, casi tanta discreción, ingenio y bondad como en ella misma.
Al indicarle la muchacha que hablase con su madre y que le encargase la obra de costura que ella debía hacer, ¿no estaba claro que Juanita se mostraba propicia a entrar en cierto género de relaciones, aunque no a hurto, sino a sabiendas y con beneplácito de la autoridad materna?
Pero aunque doña Inés no dijo por lo pronto nada a don Paco, se la tenía guardada y seguía observando y averiguando por medio de Crispina, en la creencia de que era a Juana y no a Juanita a quien su padre pretendía o cortejaba. Esta creencia mitigaba no poco el disgusto de doña Inés, porgue no podía entrar en su cabeza que su padre intentase jamás contraer segundas nupcias con Juana la Larga.
Juanita, a los diecisiete años, había espigado tanto, que era la moza más alta y más esbelta que había en el lugar. Algo de la sangre belicosa del oficial de Caballería se había infundido en ella, y la crianza libre y hombruna que había recibido había desarrollado su agilidad y sus bríos.
Así, y no muy poco a poco, sino de prisa, reconoció Juanita que el aprecio y la amistad que siempre le había inspirado don Paco se convertían en amor, y que el amor aumentaba a pesar de tener mas de medio siglo su objeto.
Y entonces se le antojaba decir a doña Agustina: «Suelta el manso, que es mío; déjalo en libertad, y verás cómo viene a mí. Que aún tienen sal las manos de su dueño.» Sin embargo, Juanita se limitaba a cavilar y a recelar, permaneciendo inactiva.
Palabra del Dia
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