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Actualizado: 9 de junio de 2025


De las miradas se pasa a las palabras con suma facilidad, y don Andrés, procurando hallar siempre sola a Juanita, se acercaba a ella al ir a entrar en la tertulia y le disparaba a boca de jarro, como si fuera su boca la ametralladora del dios Cupido, un diluvio de flores y una descarga cerrada de piropos ardientes.

Aquí no podía menos de sonreírse Juanita, a pesar de lo fastidiada que estaba, y luego proseguía: «Cierto que yo no soy mala y que amo a Dios sobre todas las cosas y que me complazco en darle adoración y culto; pero también, ¡qué diantres!, ¿por qué no confesarlo?, también me amo y me doy culto a misma. Quizá sea pecado.

De Juanita formaba, sucesiva y a veces simultáneamente, distintos conceptos, como en el fondo del ser de ella hubiese algo de misterioso e indescifrable.

¡Vanas ilusiones! dijo Juanita. ¡Es imposible que vuelva! ¿Por qué ha de ser imposible? ¿Por qué el Cielo, la Providencia, no ha de hacer un milagro por ti, por ti, mi querida hermana, que eres tan buena? ¡Ah! exclamó Juanita. ¡Cállate!

Después, con todo sosiego y con toda la frescura de quien ha tomado una resolución firme y sabe lo que dice y lo que hace, Juanita contestó: Diga usted a su amo que le aguardo esta noche en casa, a las ocho en punto. Rafaela abrirá la puerta. Yo estaré sola en la sala alta.

Doña Inés la llamaba y se valía de ella para todo. En los lugares, al menos hace algunos años, pues no si habrán variado las costumbres, nunca salía una señora principal de visita o de paseo sin llevar a una acompañante. Juanita tuvo, por consiguiente, a más de leer y de escuchar disertaciones, que acompañar a doña Inés en sus visitas y en sus paseos.

Como ellas eran más finas que los jornaleros, ninguno se acercaba a hablarles, y como estaban en más humilde posición que las ricas labradoras, propietarias e hidalgas, la aristocracia las desdeñaba. El nacimiento ilegítimo de Juanita hacía mayor este aislamiento. Juanita no tenía ya una amiga.

A despecho de tan importantes motivos, no sabemos por qué doña Inés desistió de que Juanita fuera al convento de Ecija, y hubo de fijarse al fin en las Comendadoras de Santiago, en Granada, donde, si no se hacen aquellos peregrinos e inimitables bizcochos, se hacen los mejores almíbares de toda Andalucía.

Mañana, si todavía te aterras a la opinión que ahora tienes, escribiré, aunque me pese, lo que me digas. Juanita estaba segura de que no había de variar su resolución por mucho que lo meditase.

Lo que don Paco había visto, lo que había causado su enojo y su desesperación no era, por consiguiente, culpa de Juanita, sino inmotivado atrevimiento de don Andrés, quien, si algo logró por sorpresa, fue rechazado violentamente en seguida.

Palabra del Dia

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