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Actualizado: 27 de junio de 2025
Pero faltó el poeta, y sobró en mí la hambre, tanto, que determiné dejar al morisco y entrarme en la ciudad a buscar ventura, que la halla el que se muda. Al entrar de la ciudad vi que salía del famoso monasterio de San Jerónimo, mi poeta, que, como me vio, se vino a mí con los brazos abiertos, y yo me fuí a él con nuevas muestras de regocijo por haberle hallado.
Hallábanse en él el excelentísimo señor don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera Bobadilla y Mendoza, conde de Chinchón, virrey de estos reinos del Perú por S. M. don Felipe IV, y su íntimo amigo el marqués de Corpa. Ambos estaban silenciosos y mirando con avidez hacia una puerta de escape, la que al abrirse dió paso a un nuevo personaje. Era éste un anciano.
La descripción detallada de las fiestas que se celebraron á la coronación de Fernando I de Aragón por Alvar García de Santa María, que asistió á ellas, se encuentra en las Coronaciones de los serenísimos Reyes de Aragón. Escritas por Jerónimo de Blancas, Chronista del Reyno. Publícalo el Doctor Francisco Andrés de Uztarroz. Çaragoça, 1641.
Al otro día el hijo de ésta, que era un joven clérigo que servía la parroquia de San Jerónimo, a pocas leguas del Cuzco, llegó a la ciudad y se impuso del ultraje inferido a su anciana madre.
Con esto se despidieron, y don Quijote y Sancho se retiraron a su aposento, dejando a don Juan y a don Jerónimo admirados de ver la mezcla que había hecho de su discreción y de su locura; y verdaderamente creyeron que éstos eran los verdaderos don Quijote y Sancho, y no los que describía su autor aragonés.
Tomó cierta gravedad, después de la lectura del anterior período, el semblante del cocinero del rey; que el hombre, aun estando solo, toma el color que le dan los sucesos y las circunstancias. «Hace diez años, me dijo Jerónimo arrodillado delante de mí, por una disputa impertinente maté al capitán de la compañía de que era alférez.
En efecto dijo el platero , este brazalete es una de las alhajas del aderezo completo que hice para el casamiento de la señora duquesa de Gandía. Pues devolved estos dos brazaletes á la duquesa dijo Jerónimo, que comprendió que era el mejor medio de escapar, y dejando las dos joyas, salió de la tienda y se perdió. El platero llevó al momento las joyas á la duquesa.
Y recordando que aquella señal era la convenida entre él y Piorette para anunciar un ataque, comenzó a temblar de pies a cabeza, su rostro cubriose de sudor y, marchando en la obscuridad a tientas, como un ciego, con los brazos extendidos, balbuceó: ¡Catalina!... ¡Luisa!... ¡Jerónimo!
11 Sufrir más por querer menos, de D. Rodrigo Enríquez. 12 Los milagros del desprecio, de Lope de Vega. 1 El honrador de su padre, de D. Juan Bautista Diamante. 2 El valor contra fortuna, de D. Andrés de Baeza. 3 Hacer remedio el dolor, de D. Agustín Moreto y D. Jerónimo Cáncer. 4 El robo de las Sabinas, de D. Juan Cuello y Arias.
7 La verdad en el engaño, de D. Juan Vélez, D. Jerónimo Cáncer y D. Antonio Martínez. 8 También da Amor libertad, de D. Antonio Martínez. 9 Amor hace hablar los mudos, de Villaviciosa, Matos y Zavaleta. 10 La ofensa y la venganza en el retrato, de D. Juan Antonio Moxica. 11 No hay cosa como el callar, de D. Pedro Calderón.
Palabra del Dia
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