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Actualizado: 14 de septiembre de 2025
Esta quedó desde aquella tarde en la casa, y su situación era de las menos airosas, porque su marido apenas le hablaba. Nicolás hacía el gasto de conversación en la mesa. Al segundo día, Fortunata dijo a doña Lupe que se marchaba, lo que dio motivo a que la señora saliera por los pasillos gritando: «Por Dios, no me deis más jaquecas... ya no puedo más.
Por la noche estaba hasta las doce y a veces hasta la una, no faltando ni aun cuando se veía acometido de sus terribles jaquecas. La sorpresa y confusión que a doña Lupe causaba esto no hay para qué decirlas, y no se satisfacía con las explicaciones que su sobrinito daba. «Aquí hay gato encerrado decía la astuta señora , o en términos más claros, gata encerrada».
Ignorante, fatuo, grosero, petardista con frecuencia, charlatán hasta causar jaquecas, se le ve en todas partes fastidiando á cuantos tienen la candidez de admitirle su compañía. Una excepción en esa regla es un prodigio. Entre mas de cuarenta conocí en España uno soportable.
Sabía que la tarasca que le robaba su marido era la misma con quien tuvo amores antes de casarse, la madre del Pituso muerto, la condenada Fortunata que le había dado tantas jaquecas. Deseaba verla... pero no; más valía que no la viera jamás, porque si la veía, de fijo se le iba el santo al Cielo.
De veras, le tengo lástima... ¡pero qué mareo de hombre y qué organillo de lamentaciones! Carolina no tiene perdón de Dios, y bien podía enmendarse, al menos para evitarnos las jaquecas que nos da su marido...». D. Francisco se dormía antes que ella.
La albahaca es caprichosa; todas las plantas han de ser regadas, según la buena horticultura, por la mañana o por la tarde; la albahaca pide el riego a mediodía. Esta planta, tan ufana con su agradable aroma, parece una mujer bonita. Los viejos dicen que el olerla produce jaquecas; también las producen las mujeres bonitas.
Y por Dios, no me des más jaquecas. Si pasan días y no salta la avenencia, se acabó. Pero no me deis más jaquecas, por Dios, no me deis más jaquecas». Esto último lo dijo en alta voz, saliendo ya al pasillo, de modo que lo oyeron muy bien, Papitos en un extremo de la casa, y Fortunata en otro.
Todos los huesos me duelen, y la cabeza la siento a ratos como si estuviera vacía, sin sesos... Pero no me duele, y esto es mala señal, porque las jaquecas son un puntal de la vida. Yo no sé lo que me pasa.
Total, que ya le estaba echando el ojo á otra casa, no de corredor, sino de buena vecindad, casi nueva, bien acondicionada para inquilinos modestos, y que si no rentaba más que un tres y medio á todo tirar en cambio su administración y cobranza no darían las jaquecas de la cansada finca dominguera.
¡Decir aquel hombre que no tenía ganas de conversación era como si el mar dijese que no tiene agua! Pero el tesón podía en él más que el liviano apetito. «¡Jesús, qué mal genio ha echado este hombre! Si le voy a dar la guita. No tendrá usted mejores inquilinas que nosotras». Sí... Buenas jaquecas me ha dado la Segunda. No... Yo no paso; no sea majadera.
Palabra del Dia
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