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El detenido fue puesto en libertad, y más tarde, se jactaba del robo y de su astucia, diciendo: ¡Amigo, que son mulitas !... ¡Yo tenía en la puerta de la platería un carro cargado de pasto verde, pero arreglado con un hueco en el medio; pasé, tiré la vidriera y seguí corriendo, seguido del platero! ¡Pobre hombre! ¡Ni coceó, y el carro se fue con la vidriera, mientras a me enloquecían a preguntas en la comisaría!... ¡Vivos los mozos!

Se desechó el uniforme y se convino en que vistiese frac negro y llevase colgada la medalla de concejal. Fijose por último el día: resultó un lunes. Desde mucho antes el traidor había deslizado en la conversación, hablando con D. Juan Estrada-Rosa, la especie de que Granate se jactaba de ser deseado y requerido por él para yerno.

En una verdadera orgía respondió Stein , tan licenciosa como grosera, en que el vino y el tabaco servían de perfume y en que el torero Pepe Vera se jactaba de ser su amante. ¡Ah María, María! prosiguió, cubriéndose el rostro con las manos. El duque, que como todos los hombres serenos tenía un gran imperio sobre mismo, dio algunas vueltas por el aposento.

D. Francisco, que siempre procuraba En el real servicio señalarse: Como supo que este indio se jactaba De ser Señor, acuerda de tornarse De Potosí, y al Cuzco se bajaba; Y sabiendo podia confiarse De Loyola, esta empresa le ha nombrado, Y en breve mucha gente le ha entregado.

Si el Padre Ambrosio no se burlaba de él, si no se jactaba en vano, si por medio de sus artes mágicas podía volverle la mocedad, Fray Miguel estaba seguro de que sabría aprovecharla y no perderla sin fruto como había perdido la mocedad pasada. Ahora tenía él más claro concepto del valor de la vida y de los fines a que podía y debía aspirar en el mundo.

Pedro Lobo se jactaba, y no sin fundamento, de haberse hallado en cien combates, y de haber sido el más rudo adversario de la valerosa legión italiana mandada por Garibaldi. Sabedor Juan Manuel Rosas de los grandes servicios y del raro mérito de Pedro Lobo, le llamó a su lado y le prestó toda su confianza. Era Pedro Lobo fanático de americanismo.

Esta fuerza era el dios de don Policarpo. Por él se jactaba de estar poseído y de ser energúmeno. Para hacer milagros por su medio y en su nombre no tenía don Policarpo vara de virtudes; pero, en cambio, tenía una recia, puntiaguda y larguísima uña en el dedo meñique de la mano derecha, la cual uña le servía de ordinario como mondadientes.

Todo se volvió ensalzar su valor y sus fuerzas y entregarse a mil gratos comentarios acerca de su próxima victoria: uno que se jactaba de tener buen olfato decía que algo había presumido al no verle los días anteriores en el colegio, otro aseguraba que si vencía la revolución el capellán D. Jerónimo lo iba a pasar muy mal porque había declarado la guerra sin motivo a D. León.

Y el viejo Alain, que se jactaba de ser un buen remero, púsose á mover metódicamente los remos, lo que le daba el aire de un pájaro pesado que hace vanos esfuerzos para volar. Es necesario continuó diciendo la señorita Margarita que venga á arrancarlo á usted de su castillejo, pues van dos días que se encierra en él obstinadamente.

Había sido diputado dos veces y había hecho una interpelación al gobierno sobre un atropello de un alcalde-corregidor. Tendría el conde de Genazahar treinta y tantos años; era buen mozo y lo sabía, y se jactaba además de tremendo en paz y en lides, en desafíos y en amores.