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Actualizado: 9 de mayo de 2025
De Viga á Payo hay un mediano camino, y seguramente como lo pasé bajo la impresión del que habíamos dejado horas antes, me pareció tan superior, que ni el caminito del cielo me lo figuro tan cómodo como el de Viga á Payo. Tardamos en llegar á este pueblo cuatro horas, montando una descomunal calesa tirada por dos buenos jacos.
Y tras estos ejemplares de la miseria y la enfermedad, sonaban las tristes herraduras de los inválidos del trabajo: caballos de tahonas y de fábricas, machos de labranza, jacos de coche de alquiler, todos soñolientos por el hábito de arrastrar años y años el arado o la carreta; parias infelices que iban a ser explotados hasta el último instante, dando diversión a los hombres con sus pataleos y saltos al sentir en el abdomen los cuernos del toro.
Paesen hechos de masapán de Toledo... Aluego allá ellos... Si se najan, la farta será del gobernaó... Que les den lo suyo; los toritos no piden más que eso. ¿Te acuerdas de los muruves de Pascua? ¡Qué toritos! Dejaban el cuerno en los jacos y se queaban ¡dormíos, dormíos!
Mañana, a la mañana, en la plaza nos encontraremos. Muy bien. Vino la muchacha y dijo que había sitio en la cuadra para los jacos. Entró Bautista en la casa con las caballerías, y el extranjero y Martín fueron, preguntando, a otra posada del paseo de los Llanos, donde les dieron alojamiento.
Tal vez que otra, no obstante, dejan caer, entre resoplidos y cabezadas, alguna observación punzante acerca de sus colegas: ¡Vaya unos arreos lucidos que les han echado encima a los jacos de Villamediana! ¡Me da risa! ¿Qué otra cosa quieres que les pongan, chico? ¡Si son dos burros sin orejas! ¿Y qué te parece del tren de Rebolledo? Que esos potros son tan ingleses como el forro de mis pezuñas.
Había llegado a la entrada del camino del Cementerio, y aquellas bestias que casi le atropellaban eran los jacos huesosos, antipáticos y enfermizos que tiraban de un coche fúnebre. El tétrico conductor, con su librea negra y mugrienta, pasó, rociando de injurias al distraído y amenazándole con su látigo. Juanito apenas si pudo verle.
Amarrados a unas anillas del muro estaban en fila seis jacos ensillados, los primeros que habían de salir al redondel para suplir las bajas. A espaldas de ellos, los picadores entretenían la espera haciendo evolucionar sus caballos. Un encargado de las cuadras, montando una yegua asustadiza y brava, la hacía galopar por el corral para fatigarla, entregándola luego a los piqueros.
Muchas veces, el trágico vacío de los órganos perdidos remediábanlo los bárbaros curanderos con puñados de estopa introducidos en el vientre. Lo importante era mantener en pie a estos animales unos cuantos minutos más, hasta que los picadores volviesen a salir a la plaza: el toro se encargaría de rematar su obra... Y los jacos moribundos sufrían sin protesta esta lúgubre transfiguración.
Nos insultan porque somos ahora poca cosa decía Ruiz, indignándose contra lo que consideraba una injusticia universal . Nuestro mundo es como un mono, que imita los gestos y placeres de aquel a quien acata como amo. Ahora manda Inglaterra, y en uno y otro hemisferio privan las carreras de caballos, y la gente se aburre viendo correr unos jacos por una pista, espectáculo que no puede ser más soso.
Sentía la certeza del triunfo, la corazonada de las tardes gloriosas. La corrida fue accidentada desde su principio. El primer toro «salió pegando» con gran acometividad para las gentes de a caballo. En un instante echó al suelo a los tres picadores que le esperaban lanza en ristre, y de los jacos dos quedaron moribundos, arrojando por el perforado pecho chorros de sangre obscura.
Palabra del Dia
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