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Actualizado: 23 de junio de 2025
Y él, el hombre cobarde, saltaba de gozo al oír esto, con la satisfacción del débil que se ve vengado. ¡Un cáncer!... ¡El maldito lujo que se pudría dentro de ella, haciéndola morir en vida! Y siempre tan hermosa, ¿verdad? ¡Qué dulce venganza!... No; no iría a verla. Era inútil que el cura buscase argumentos.
Otros muchos ejemplos notables se me ocurren, en historia principalmente; pero si me dejase llevar iria muy léjos; sumamente léjos, y no puedo dar tanta extension á esta primera parte, cuando me está esperando la segunda, que debe ser mucho más larga, y bastante más entretenida.
Cerrando los ojos, invocó a Dios y a la Virgen, de quien esperaba auxilio para poder curarse de aquella insana antipatía; pero ni por esas... «Si no le puedo ver; ¡si me iría al fin del mundo por no verle...! ¡Y yo creí que le iba tomando cariño! ¡Buen cariño nos dé Dios! Ni sé yo en qué estaba pensando Feijoo... Tonto él, y yo más tonta en hacerle caso».
Le criticaban su trato con las gentes ricas y el apartamiento de los que habían sido sus primeros entusiastas. Para evitar esta animosidad, Gallardo valíase de todos los medios, halagando al populacho con ese servilismo sin escrúpulos de los que necesitan vivir del aplauso público. Había llamado a los cofrades más influyentes de la Macarena para manifestarles que iría en la procesión.
No es necesario decir lo satisfecho que iría Tistet Védène al salir del salón del Solio, y con qué impaciencia aguardó la ceremonia del siguiente día; pero mucho más satisfecha e impaciente que el bribón estaba la mula. Desde el regreso de Védène hasta las vísperas del siguiente día, la vengativa bestia no cesó de atiborrarse de avena y cocear la pared con los cascos de atrás.
No pienses en eso, querido... Esto no vale nada... El parte lo echaría todo a perder; se daría un escándalo, y la chica, viéndose perdida, se iría de este pueblo con el chalán. Quedándose aquí, tengo esperanzas que con un poco de maña lograré quitársela a ese diablo y reducir a la misma madre... Esto no es nada añadió limpiándose la sangre con el pañuelo. Lo que me duele algo más es este hombro...
Venga esa carta de mi padre dijo doña Luz con visible emoción. Don Acisclo entregó la carta. Ella rompió el sello, la sacó del sobre, y sin decir una palabra más se puso a leer. No iría mediada aún la lectura, cuando doña Luz, que comenzó a leer sentada, se puso de pie manifestando intranquilidad. Don Acisclo, que lo observaba todo, receló algo malo al ver aquello, y dijo para sí: «¡Diantre!
Yo lo sé bastante bien, por desgracia. Si no fuera por no disgustar á papá, me iría á vivir á Madrid, al menos durante el invierno... ¿Su papá de usted es de este país? Sí, señor, y aquí ha ejercido la profesión de abogado toda la vida... D. Baltasar Rodríguez... tal vez le conozca usted... ¡Ah! ¿es usted hijo de D. Baltasar Rodríguez?
Cierto que la campana de la señora Chermidy no sonaba igual que la del señor Le Bris, pero el timbre era tan dulce, que el duque se dejó engañar como un niño. Compadeció a la linda dama y le prometió que de cuando en cuando iría a llevarle noticias de su hijo. El salón de la señora Chermidy era, en efecto, el lugar de reunión de un cierto número de hombres distinguidos.
Le supliqué me llevase una carta, y me respondió no podia, por los motivos de brugeria, que ya dije; y tambien por ser costumbre entre ellos ir acompañados entre aquellos indios, los que si lo entendieran, le quitarian la vida. Pero que si el Gobernador resolvia reconocerlos, iria de guia, y en su defecto á nadie se lo dijese, que él se ofrecia, porque perderia la vida.
Palabra del Dia
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