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Se había quedado con la tacita de café olvidada en una mano, mirándole fijamente. La punta de azul eléctrico danzante en sus pupilas la conocía Lubimoff. Era la mirada de oferta de los silencios femeninos, la invitación á la violencia, á la toma de posesión, que tantas veces había encontrado ante su paso de millonario vencedor.

Contestó con un movimiento de cabeza afirmativo, y Robledo hizo un gesto de invitación que pretendía decirle: «¿Quiere usted que nos vayamos?...» Pero los ojos melancólicos del desconocido parecieron contestar: «Si yo pudiese marcharme... ¡qué felicidad!» ¿Es usted de la casa? preguntó al fin Robledo.

A las dos ménos cuarto de la madrugada del dia 1.° de Mayo fondeábamos en aquel puerto sin que saliera á encontrarnos ninguna lancha. A invitación del Cónsul de esta colonia, Mr.

Intimidado en presencia del maestro, que temía sus borracheras, miraba con ansiedad los frascos de vino puestos al alcance de su mano. Bebe, Plumitas. El pasto en seco es mu malo. Hay que remojarlo. Y antes de que el bandido aceptara su invitación, el picador bebía y bebía apresuradamente. Plumitas sólo de tarde en tarde tocaba su vaso, luego de vacilar mucho.

Inmediatamente la joven rogó a su madre que invitase a Juan, y éste aceptó la invitación porque, con el fin de sacudir su preocupación moral, había resuelto visitar por segunda vez las cristalerías de Austria, proyecto que deseaba someter a la aprobación del señor Aubry. La hora de la llegada del tren se aproximaba.

Y la madre y la bisabuela, sin dejar de llorar, le empujaron dulcemente en la obscuridad para que permaneciese quieto. A la salida, antes de despedirse junto á la puerta del cinema, la vieja tomó su aire imperativo: Mañana aquí, á la misma hora. Yo pago. La viuda pareció extrañarse de tal invitación. Vivo al otro lado de París; un verdadero viaje.

Cuando hubieron charlado largamente, Flora se despidió de ella prodigándole cuantos consuelos pudo. La mayordoma quería que se quedase unos días en Entralgo, pero la joven le hizo presente que el lunes era día de colada ó lavado en su casa y no podía aceptar la invitación. Le prometió, sin embargo, venir pronto á acompañarla.

¿Cómo será que no hemos visto al capitán? ¿Se habrá acabado su licencia? No, señor Darling respondió el notario con acento distraído, pero no estaba invitado que yo sepa... ¡Cómo! protestó vivamente Eva; fue una invitación colectiva y yo fui testigo. Entonces no ha sido reiterada. ¿Está usted seguro, señor Hardoin? Segurísimo, señorita. La cara de la joven se iluminó con una llama.

Bueno; aceptaba su invitación porque le creía un joven formal y honrado. Pero ¡Dios mío! ¡qué diría la gente...! Y comenzó a andar con timidez al lado del joven, que no se sentía menos conmovido. Nunca había estado tan próximo a Tónica.

Reprodúzcole aquí la invitación; y puesto que no la desaira, vamos adentro con todas las cortesías y comedimientos del caso. Hela aquí, bien iluminada por la luz directa de la calle, aunque templada por la interposición de vidrieras y cortinajes entreabiertos, en el instante de atravesar el saloncillo que separa su gabinete de la elegante pieza que le sirve de despacho.