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Actualizado: 11 de julio de 2025
Quizá dependa de hallarse cerrada la mayor parte de las horas del día y de la noche. En cuanto a los cimientos, a pesar de ser tan bellos y sólidos, están siempre desiertos, lo cual les da un cierto aspecto de necrópolis pagana, no ciertamente en consonancia con los fines de su instituto, como dijo Pavía el del 3 de Enero hablando de la Guardia civil.
Bonifacio Reyes había cursado en el Instituto provincial los primeros años de filosofía, pero sin llegar a bachiller; mas su ciencia no provenía de ahí, sino de lo que ya va dicho, de un gran prurito que, ya de viejo, le había entrado de instruirse, y no sólo por completar su educación, sino porque como antes había soñado con ser padre, la gran dignidad que atribuía a este sacerdocio le había parecido merecer un plan, todo un plan de estudios serios y profundos, que pudieran servir en su día de alimento espiritual al hijo de sus entrañas y de las entrañas de su mujer.
Era el sabio de la familia. Doña Cristina lo admiraba porque no podía leer sin el auxilio de unos lentes y porque ingería en la conversación palabras latinas, lo mismo que los clérigos. Enseñaba retórica y latín en el Instituto de Manresa, y hablaba de ser trasladado algún día á Barcelona, término glorioso de una carrera ilustre.
En uno de estos viages trabó amistad con un religioso de la Compañia de Jesus, que pasaba á las Indias para tomar parte en los trabajos evangélicos de sus hermanos. La pintura que este le hizo de su instituto, y de las ventajas que ofrecia á los que manifestaban celo y talentos, hicieron tan viva impresion en el ánimo del jóven Quiroga, que se decidió desde luego á tomar el hábito de San Ignacio.
Por otra parte, Poldy, que amaba la soledad, sentía invencible repugnancia a irse a vivir vida conventual, entre otras canonesas, en la casa de su instituto. Para vivir sola, según su clase, ya en Viena, ya en otra ciudad, sus rentas eran insuficientes.
JOAQUÍN. Dispénsenme ustedes, señoritas, que me haya retrasado; pero me han entretenido en el Elíseo, donde yo desayunaba con la delegación del Instituto. RAQUEL. Maestro: no me he acordado de decir a mis compañeras que recibía usted esta mañana, de manos del presidente, la corbata de comendador. Viva emoción.
Y como Quinito fuese reprobado en los últimos exámenes, el señor consejero Vaz Netto resolvió que en vista de que se mostraba tan desaplicado y con tan poco amor a las letras, lo mejor era no insistir en los estudios del Instituto y entrar inmediatamente en el destino... Sin embargo añadió la buena señora cuando me honró con estas confidencias, me agradaría que Quinito terminase los estudios.
Habló después de las primas de la calle de Fuencarral; una era muy bonita, la otra graciosa solamente: las dos tenían novio, pero no valían cuatro cuartos: chiquillos que todavía estudiaban en el Instituto. Tenían, además, un hermano, que era el primo que había sido su novio; éste ya era bachiller y se estaba preparando para entrar en el colegio de Artillería.
Recordaba el intento de un millonario amigo suyo, miembro del instituto, que había hecho levantar en la Costa Azul una casa romana, exactamente romana. Los invitados á la inauguración tuvieron que dormir en camas de correas, comieron acostados, y para sus excedencias digestivas sólo encontraron un agujero en el suelo, lo mismo que los antiguos Césares.
Aquel suceso tuvo un historiador como no se conoce otro en el mundo, el padre Garau, santo jesuita, pozo de ciencia teológica, rector del Seminario de Monte-Sión, donde ahora está el Instituto, autor del libro La fe triunfante, un monumento literario que no vendo por todo el dinero del mundo. Aquí está: me acompaña a todas partes.
Palabra del Dia
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