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Actualizado: 3 de julio de 2025
Allí adoptábamos actitudes de Robinsón: los sauces, que nacían en el lodo, alrededor del banco de arena, eran nuestro bosque; los grupos de juncos eran para nosotros inmensos prados; teníamos también grandes montes, pequeñas dunas amontonadas por el aire en el centro del islote, y en ellas construíamos nuestros palacios con pequeñitas ramas caídas, practicando agujeros en la arena.
La sed, una sed horrible que le hacía avanzar las manos fuera del lecho y apartar sus labios del vaso vacío con un gesto de ansiedad no saciada, empezó a decrecer. Había visto en su delirio claros arroyos, ríos silenciosos e inmensos, a los que no podía llegar nunca, sumidas sus piernas en dolorosa inmovilidad.
Su cólera de padre a uso antiguo, incapaz de ternura y de perdón, su orgullo viril que le había hecho considerar siempre a la hembra como un ser inferior, incapaz de otra cosa que de causar al hombre inmensos daños, perseguían a la pobre María de la Luz. También ella estaba desmejorada, pálida, flacucha, con los ojos agrandados por las huellas del llanto.
Alejado, bien alejado, de las grandes rutas por donde en invierno cruzan los numerosos turistas ingleses, americanos y alemanes, solitario e inexplorado, visitado sólo por los sencillos contadini de las montañas, el rumoroso río serpentea formando tortuosas curvas y caprichosos recodos, alrededor de ángulos puntiagudos, y bajo inmensos árboles con sus copas inclinadas, en torno de grandes peñascos y piedras enormes, gastadas y suavizadas por la acción del agua a través de los siglos.
Bastaba observar á éstos para comprender la gran variedad de ocupaciones á que se dedicaban y para formar idea, aunque incompleta, de los inmensos recursos de la abadía, centro de activísima vida.
La famosa proeza de Ximena Blázquez fue referida sobre uno de los inmensos torreones de la Puerta de San Vicente; y ya Ramiro no alzaba los ojos a la muralla que no recordase el ardid de aquella hembra que, en ausencia de los caballeros, viendo llegar a los moros almoravides, subió a las almenas con las mujeres de la población todas cubiertas de barbas y sombreros, consiguiendo amedrentar de esta guisa a los infieles, que se alejaron a escape de la ciudad, creyéndola bien defendida.
Inmensos carros de mudanza vinieron de París cargados de muebles y tapices. Cuarenta y ocho horas antes de la llegada de madama Scott, la señorita Marbeau, directora de correos, y la señora Lormier, la alcaldesa, se habían deslizado en el castillo, y sus descripciones enloquecían a todo el pueblo.
Su blanca barbilla de chivo viejo estremecíase de entusiasmo al acariciar aquellas gargantas vírgenes que, según él, le pertenecían. «¡Todo por el arte!» Y esta divisa de su vida le hacía simpático al doctor Moreno. Ese Boldini quiere a mi Leonora como a una hija decía el médico cada vez que el maestro elogiaba la belleza y el talento de su discípula, profetizándola triunfos inmensos.
Estaba yo terminando de arreglar las flores en los inmensos jarrones de los ángulos, y echando una ojeada a los almohadones para convencerme de que estaban bien colocados, cuando el cura me sorprendió, en el momento en que me disponía a subir a mi cuarto a esperar que la abuela tuviese a bien llamarme.
Una mañana se encaprichó en ir a ver la pastillería, y presenció el nacimiento de dos o tres mil pastillas y bombones; otra quiso visitar las subterráneas galerías que encierran los inmensos depósitos del agua, y los formidables tubos por donde asciende a alimentar los baños del establecimiento termal.
Palabra del Dia
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