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Actualizado: 29 de junio de 2025
Se celebraron grandes fiestas por el feliz alumbramiento de la Infanta doña Catalina, hija de Sus Majestades. Fué recibido por asistente don Francisco Arias de Bovadilla conde de Pañonrostro. Al darse cuenta en el Cabildo de 24 de Marzo, se reparó en que la Provisión Real no decía muy noble y muy leal ciudad, acordándose que el Procurador mayor lo hiciese presente á la Corte.
En esto, descubrieron unas grandes aceñas que en la mitad del río estaban; y apenas las hubo visto don Quijote, cuando con voz alta dijo a Sancho: ¿Vees? Allí, ¡oh amigo!, se descubre la ciudad, castillo o fortaleza donde debe de estar algún caballero oprimido, o alguna reina, infanta o princesa malparada, para cuyo socorro soy aquí traído.
Busto de Felipe IV, núm. 1.071. Felipe IV en pie, núm. 1.070. El Infante D. Carlos, núm. 1.073. Retrato de doña Juana Pacheco, núm. 1.086. Los Borrachos, núm. 1.058. Paisaje de la Villa Médicis, núm. 1.106. Paisaje de la Villa Médicis, núm. 1.107. La Fragua de Vulcano, núm. 1.059. Retrato de la Infanta doña María, núm. 1.072. Pablillos de Valladolid, núm. 1.092.
Forma contraste con estas escenas, de rudo movimiento, la en que se describe la vida de la Infanta en su campestre soledad.
¿Ha visto usted últimamente á doña Enriqueta? ¿Me pregunta usted por la Infanta? contestó el coronel gravemente . Sí; ayer la encontré en el atrio del Casino. ¡Pobre señora! ¡Si esto no es una lástima!... ¡Una hija de rey!... Me contó que sus hijos no tienen qué ponerse. Ella debe doscientos francos de cigarrillos en el bar de los salones privados. No encuentra quien le preste.
Crúzanse aquí diversos amoríos entre los individuos de la familia del dueño de la casa y los campesinos; la bella Infanta, que se hace pasar por segadora, produce aún mayores complicaciones, excitando con sus encantos en todos los pechos el amor ó los celos.
Toledo se ruborizó, no sabiendo si enorgullecerse ó afligirse por estas palabras. Alteza, siempre me ha gustado vestir bien y... ¿Quién era la señora que hablaba contigo?... Era la Infanta. Me contaba que había perdido siete mil francos que le enviaron de Italia, que no tiene con qué atender á los gastos de su vida, y... ¿Una flaca con un gran sombrero de cow-boy?... No, no es esa.
Seguro estoy de que en las venideras edades no han de creer y han de negar los críticos juiciosos estos ridículos desatinos; pero yo los he visto y no puedo negarlos. Bernardín Riveiro, por otro lado, tiene algún fundamento para hacer lo que hace. La Infanta había correspondido a su pasión; le había querido y había dejado de quererle, pues se casó con otro.
Pero está el daño que, en tanto que se hagan las paces y se goce pacíficamente el reino, el pobre escudero se podrá estar a diente en esto de las mercedes. Si ya no es que la doncella tercera, que ha de ser su mujer, se sale con la infanta, y él pasa con ella su mala ventura, hasta que el cielo ordene otra cosa; porque bien podrá, creo yo, desde luego dársela su señor por ligítima esposa.
Muy curioso es lo que me cuentas, pero no es original ni nuevo. ¡Es tan difícil ser nuevo y original! ¿No se enamora Fausto de Elena, que vivió dos mil quinientos años antes de que él naciese? ¿No hay un cuento árabe o persa, donde un príncipe musulmán, que vivió doscientos o trescientos años después de Mahoma, está perdidamente enamorado de cierta reina o infanta de Serendib o de Sabá, que floreció en tiempo de Salomón y fue rival de la Sulamita?
Palabra del Dia
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