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Actualizado: 29 de junio de 2025
Echose él a reír, y metió mano al bolsillo interior de su americana. «¡Ay! No me lo diga usted, D. Francisco exclamó doña Lupe con incredulidad, cruzando las manos . ¿Ha pagado...?». Lo va usted a ver... Yo... tampoco lo esperaba. Como que fui anoche a decirle que el lunes se le embargaría. Hoy por la mañana, cuando me estaba vistiendo para ir a misa, me le veo entrar.
En su casa, todo menos eso. Aún temblaba de cólera recordando cómo despidió, dos semanas antes, a un tonelero, un mentecato adulterado por la lectura, al que había sorprendido haciendo alarde de incredulidad ante sus compañeros.
¿Yo? ¡Bah! ¡es imposible! exclamó Mathys, que ocultaba con pena su emoción y fingió completa incredulidad para arrancar a Catalina el secreto cuya revelación debía colmarle de alegría . ¿Marta no es insensible a mi amistad? Vamos, hablemos claramente. ¿Marta me ama? ¿Os lo ha dicho? Una mujer, una mujer honesta y pura como Marta, nunca dice semejantes cosas... ¿Cómo podéis saberlo entonces?
Pepet movió la cabeza con incredulidad. ¡Ojo, don Jaime!
Soy únicamente una pobre mujer: ¡nada de ángel! Además, muy mala; tengo mis remordimientos, como todos. ¡Usted, lady!... volvió á exclamar el príncipe con un gesto de incredulidad. Y ella, para que el otro no dudase, se apresuró á contar el gran pecado de su existencia.
Ferragut quedó silencioso. También él había palidecido, pero de sorpresa y de cólera. ¡Luego eran ciertos los anuncios de Freya!... No quiso fingir incredulidad ni mostrarse temerario y despreciador del peligro cuando Tòni siguió hablando. ¡Ojo, Ulises!... Yo he reflexionado mucho sobre este suceso.
Amigo mío contestó D. Juan, el vulgo lee ya El Citador y otros libros y periódicos librepensadores. En la incredulidad, además, está como impregnado el aire que se respira. No faltan jornaleros escépticos; pero las mujeres, por lo común, siguen creyendo á pie juntillas.
Moviendo su cabeza con aire de incredulidad, cantó estas palabras: A mí no me emboban. Esto no es epidemia que venga de las Asias, sino malos quereres. ¿Y a qué llama malos quereres, buena mujer? preguntó Gracián riendo, no tan fuerte como el subdiácono, que soltó una carcajada.
Aquí la nieta paralizó la lengua del desengañado abuelo, que tales cosas decía, dándole, de pronto, un beso en cada mejilla, y despidiéndose luego de él con una zalamería, de expresión tan confusa, que le dejó dudando si era un embuste de su incredulidad despreocupada, o el disimulo de una pesadumbre.
A pesar de la vaga esperanza de un porrón de vino extraordinario que animaba á los más de los oyentes, un murmullo de incredulidad surgía al final del relato.
Palabra del Dia
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