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Actualizado: 7 de mayo de 2025


Entre estos venian dos desertores del pueblo de San José, que se habian desertado con otros nueve, de los cuales solo estos dos vivieron, habiéndose muerto los otros y el negro de D. Juan de la Piedra, al rigor de la inclemencia de estos campos, excesivo calor, hambre y sed, á mas 18 que se mandaron buscar entre hombres, mugeres y criaturas.

En la epístola á Antonio de Mendoza escribe los versos siguientes: «Verdad es que partí de la presencia De mis padres y patria, en tiernos años, A sufrir de la guerra la inclemencia. Pasé por alta mar reinos extraños, Donde serví primero con la espada Que con la pluma describiese engaños

Si con esto acabára nuestro daño, Pudieramos llevallo con paciencia, Mas ay! que se ha de dar, si no me engaño, De que muramos todos, cruel sentencia. Primero que el rigor barbaro estraño Muestre en nuestras gargantas su inclemencia, Verdugos de nosotros nuestras manos Serán, y no los perfidos Romanos.

Se dirigió a casa de la duquesa de Somavia, que había vuelto el día anterior a Pilares, huyendo de la inclemencia, melancolía y tedio de la aldea. Llevaba la carta en la mano, sin protegerla de la lluvia. ¿Qué te sucede, Apolonio? preguntó la duquesa, alarmada ante aquel hombre como de piedra . ¿La catástrofe, la quiebra, el embargo? Me lo presumía. ¡Pluguiera a Dios! murmuró cavernoso Apolonio.

Solo la iglesia conserva en sus archivos una partida de defunción; la campana un triste eco en la noche de todas las ánimas; la tierra un poco más de lodo, y el enterrador unos trozos de leña, restos de los descarnados brazos de una tosca cruz que carcomió y desunió la inclemencia del tiempo. Paseo á caballo. El cocal de las Angustias. La ermita. La esquila del santuario.

Gritó la chusma toda: al mar se arroje, Vaya Lofraso al mar sin resistencia. Por Dios, dixo Mercurio, que me enoje. Cómo? y no será cargo de conciencia Y grande echar al mar tanta poesia? Puesto que aqui nos hunda su inclemencia? Viva Lofraso, entanto que al dia Apolo luz, y entanto que los hombres Tengan discreta alegre fantasia.

No juegues al escondite; yo no bromearía en tu lugar, Magdalena continuó Yuba-Bill, que en un exceso de furor daba ya vueltas pateando. ¡Magdalena! continuó la voz. ¡Oh, Magdalena! ¡Mi buen señor! dijo el juez, en el tono más patético. Imagínese lo inhospitalario de rehusar un abrigo contra la inclemencia del tiempo, a mujeres desamparadas. ¡Señor mío de mi alma! Pensar que...

Apagola de un soplo, buscó a tientas la ventana y la abrió de par en par. Una ráfaga viva de viento y agua le azotó el rostro y penetró rugiendo por la estancia, echando a volar los papeles de la mesa. D. Álvaro aspiró con delicia el aire frío y húmedo, asomose a la ventana y expuso su frente ardorosa a la inclemencia del chubasco.

Palabra del Dia

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