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Pero las siete acequias acogían estas interrupciones con furibundas miradas. Allí nadie podía hablar mientras no le llegase el turno. Á la otra interrupción pagaría tantos sueldos de multa. Y había testarudo que pagaba sòus y más sòus, impulsado por una rabiosa vehemencia que no le permitía callar ante el acusador.

En las calles bañadas de sol o bajo los caparazones de los techos agitábase el humano hormiguero, impulsado por necesidades e ideas del momento que consideraba importantísimas. Todos creían con el más cándido y vanidoso de los egoísmos que una voluntad superior y omnipotente vigilaba y dirigía sus idas y venidas, iguales a las de los infusorios en una gota de agua.

Desde ese momento yo era extranjero en todas partes, extranjero aún en la soledad del océano, porque un leño impulsado por el vapor tiene nacionalidad, y los pueblos no han comprendido aún que la Creacion es de todos, que Dios ha hecho de la humanidad una sola familia! Entónces mi pensamiento comenzó otro giro.

«Sea como usted quierala había dicho, «pero ese hombre la dejará a usted una vez más.» ¿No había ido aún más lejos con el pensamiento? El temor de ser desdeñado no lo había impulsado a apretarle la mano y a decirla con dureza: «¿Y por un hombre como aquel me rechaza usted a ? ¿Y después de haberse perdido usted por él, por él, se niega usted a rescatarse?...»

19 Y para que no alces tus ojos al cielo, y viendo el sol y la luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado, y te inclines a ellos, y les sirvas; porque el SE

¿Entonces no es la enfermedad lo único que la ha impulsado a matarse? No es lo único repitió como un eco el Príncipe Alejo.

Al volver á la vida exterior, la voz de Novoa seguía sonando con cierto misterio ante el obscuro horizonte, perforado arriba por las punzadas de las estrellas, ondeado abajo por la fosforescencia de las olas. El príncipe le había impulsado á hablar del mar como regulador y origen de la vida.

Impulsado por la curiosidad, hizo Robledo involuntariamente un leve gesto de aceptación y ella reanudó su marcha. Pero sólo dió algunos pasos, deteniéndose ante la cancela de un bar de aspecto sórdido, con tupidos visillos en los cristales. Guiñó un ojo, y abriendo la mampara desapareció en el interior del sucio establecimiento. Quedó indeciso el español.

El alma se contempla en el espejo de aquel fugitivo momento. Con temor pues, y trémulamente, cual si lo hiciera impulsado por necesidad ineludible, extendió Arturo Dimmesdale su mano, fría como la muerte, y tocó la helada mano de Ester Prynne.

Sólo la confianza infinita de la fe en Dios, que, impulsado por su eterno amor, se sacrificó por nosotros en la cruz, justifica á los pecadores. En este concepto, al arrepentirse los dos hermanos de sus pecados al reconocer la cruz, entran también ambos en la gracia divina.