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Actualizado: 24 de junio de 2025
»¿Quién ha roto este jarrón? »Carlos permaneció silencioso. »¿Quién ha roto este jarrón? repitió el Duque con voz imperiosa, levantando el bastón. »¡He sido yo! repuso tímidamente el generoso Carlos. »Disponíase el Duque a golpearle, cuando apareció Teobaldo.
Por sórdido y avaro que el individuo fuera, no podía resistir tan imperiosa influencia.
Según van creciendo nuestro saber y nuestro poder material, la voluntad humana se manifiesta más imperiosa frente á la naturaleza.
Tengo tan buena opinión de Pepita que si volviese ella a tener diez y seis años y una madre imperiosa que la violentara, y yo tuviese ochenta años como D. Gumersindo, esto es, si viera ya la muerte en puertas, tomaría a Pepita por mujer para que me sonriese al morir como si fuera el ángel de mi guarda que había revestido cuerpo humano, y para dejarle mi posición, mi caudal y mi nombre.
Las riquezas, que habían acudido á su seno de todas partes, infundieron naturalmente el deseo de gozarlas de mil maneras, y el teatro, que satisfacía más que otro medio alguno, tratándose de un pueblo ingenioso y lleno de grandiosos recuerdos é imágenes, ese anhelo del alma, ocurrió plenamente á esa necesidad imperiosa, y con tanto mayor motivo, cuanto que, contando ya con una larga preparación, podía sin trabajo constituir el foco de la vida moral de la nación entera.
Cuando creía sometida a la hembra en fuerza de amorosas generosidades, estallaba la orden imperiosa, el despego de la repugnancia física. Márchate. Necesito estar sola. Ya sabes que no puedo aguantarte. Ni a ti ni a nadie. ¡Los hombres! ¡qué asco!... Y Gallardo emprendía la fuga humillado y triste por los caprichos de esta mujer incomprensible.
No conociendo más que el trabajo y el deber, la imperiosa necesidad de distracciones sociales no existía para él. Sin embargo, él había dicho: «Vaya a divertirse, yo estoy contento de quedarme aquí.» Pero, ¿qué pensaría de ella, de la poca vacilación que había tenido en dejar a su padre para venir al teatro? ¿Qué hago yo aquí? pensaba, ¿para qué he venido?
En esta pregunta, hecha con altivez, se notaba una voluntad imperiosa de mantener al torero a cierta distancia, de establecer entre los dos las diferencias sociales. Gallardo quedó desconcertado. ¡Doña Zol! gimió con ingenuidad . Lo que usté ha hecho conmigo no tié perdón de Dió. Usté ha sío mala conmigo, mu mala... ¿Por qué huyó sin decir una palabra?
La barca que saliera daría la voltereta antes de mover un remo. A ver: ¡gente que me siga! Hay que salvar a esos pobres. Era la voz ruda e imperiosa del capitán Llovet. Se erguía sobre sus torpes piernas, la mirada brillante y fiera, las manos temblorosas por la cólera que le infundía el peligro.
Los arqueros rodeaban á la pareja y el hombre, azorado, sin comprender una palabra de lo que decían, oprimía con una mano el brazo de la mujer y con la otra apoyaba sobre el pecho el precioso paquete, dirigiendo en torno miradas suplicantes. ¡Ea, muchachos! exclamó Gualtero de Pleyel con imperiosa voz, apartando al arquero que más cerca tenía.
Palabra del Dia
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