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Actualizado: 4 de junio de 2025
Martín contaba bromeando a Catalina la boda de Bautista y de la Ignacia, en Zaro, el banquete celebrado en casa del padre del vasco francés, el discurso del alcalde del pueblecillo... Carlos desfallecía de cólera. Martín le había impedido conquistar a la Ignacia y deshonraba, además, a los Ohandos siendo el novio de su hermana, hablando con ella de noche.
En torno del lecho de muerte se reunirían su mujer doña Juana Pacheco, su hija Ignacia, su yerno y mejor discípulo Juan Bautista del Mazo, don Gaspar de Fuensalida, Juan de Alfaro, que le compuso en latín un largo epitafio, y de seguro su fiel Juan de Pareja.
¿Quién es el confesor de mi prima, madre Ignacia? dijo á la tornera. ¡Oh! es un justo varón, un padre grave y docto de la orden del seráfico San Francisco: fray José de la Visitación. ¡Ah! ¡Fray José de la Visitación! le conozco mucho y ha sido mi confesor algún tiempo; tomé otro porque nunca acababa de confesarme; era eternizarse aquello. Es confesor muy celoso.
¿Cuánto necesitarías? Unos ochenta o cien duros. Yo te los doy. ¿Y por qué es esa prisa? ¿Le pasa algo a la Ignacia? No, pero he sabido que Carlos Ohando la está haciendo el amor. ¡Y como la tiene en su casa!... Nada, nada. Hablale tú y, si ella quiere, ya está. Nos casamos en seguida.
Al intentar seducir Carlos a la Ignacia, casi podía más en él su odio contra Martín que su inclinación por la chica. Deshonrarle a ella y hacerle a él la vida triste, era lo que le encantaba. En el fondo, el aplomo de Zalacaín, su contento por vivir, su facilidad para desenvolverse, ofendían a este hombre sombrío y fanático.
Madre Ignacia dijo doña Catalina , no me hagáis visita; de seguro estáis haciendo falta fuera. En verdad, señora, que ese torno no para en todo el día; pero no importa: allí he dejado á sor Asunción. Id, id, y por mí no faltéis á vuestra obligación, ni molestéis á nadie. Tengo además mucho en qué pensar, y no me pesaría estar sola. La tornera se inclinó profundamente y salió.
Decía la Ignacia que Catalina estaba en su casa, en Zaro, desde hacía algunos días. Al principio no había querido oir hablar de Martín, pero ahora le perdonaba y le esperaba. Martín y Bautista se presentaron en Zaro inmediatamente, y los novios se reconciliaron. Se preparó la boda. ¡Qué paz se disfrutaba allí, mientras se mataban en España! La gente trabajaba en el campo.
Demasiado; ¿y hace mucho tiempo que mi prima está confesando? Ya hace más de una hora. ¡Ah! pues tenemos para otra hora larga. Tal vez dijo la tornera. Decidme, madre Ignacia preguntó la condesa , ¿está vacía la celda aquella tan hermosa que está sobre el huerto?
Vimos una india llamada Ignacia, de un conjunto altamente simpático y agradable, sobresaliendo en ella un larguísimo y negro pelo, rasgo peculiar y distintivo de Filipinas, en donde los hemos visto como en parte alguna; consecuencia, sin duda, de no mortificar las raíces, pues generalmente lo llevan suelto, y sobre todo, por la fortaleza y consistencia que prestan los jugos del coco, aceite, cuyas propiedades es de todos reconocida.
En estas personas es en las que el café, aun antes que ignacia, es eficaz para curar las afecciones muy dolorosas y espasmódicas, y un poderoso recurso para devolver al cerebro la accion súbitamente deprimida por un acceso de alegría y una fuerte emocion de placer.
Palabra del Dia
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