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Actualizado: 2 de junio de 2025
La veía caer acechada, perseguida por él, atropellada por su loca pasión, y asistía a todo el horror de su vergüenza, a todas las horas atormentadas de su vida, hasta que ésta se extinguió en agonía trágica.
Apenas llegado, Aixa tanteábale con horror sus ropas velludas y espesas, ofreciéndole, en cambio, para aquellas horas de placer, alguna vestidura de seda, alguna delgadísima túnica de cendal, perfumada de almizcle. Sus pies conocieron la holgura de las babuchas. Sus cabellos el halago de la gaza, con que ella se los circundaba indefinidamente, hasta prenderla por delante con empenachado joyel.
Juan hace su confesión; no oculta nada, desde su primer encuentro con Gertrudis hasta el instante en que un estremecimiento de horror lo arrancó de los brazos de Martín para arrojarlo a la noche lluviosa. Lo que ha pasado después termina, puede decirse en dos palabras. Corrí sin saber adónde, hasta que el agua y el frío me volvieron a la realidad.
Y bajó en seguida la escalera, como si le llevaran los demonios. Pero don Simón oyó la amenaza y tembló; no de miedo a la muerte, sino de horror a la palabra ¡estúpido! con que le bautizaba aquel hombre, el mismo que tantas veces había ponderado su talento. ¿Cuándo le había dicho la verdad?
Salabert quedó hondamente preocupado. Viendo a su esposa descaecer le entró miedo. A su muerte los parientes le exigirían la mitad de lo que él había adquirido, meterían la nariz en sus asuntos, hasta en los más íntimos.... ¡Un horror! Consultó con su abogado.
Decidió, sin embargo, esperarle allí, apoyada en la esquina; pero le daba tanto miedo... Parecíale que iba á salir por la reja cercana una gran mano negra, que la cogería llevándosela dentro: ¡qué horror! De repente sintió al extremo de la calle fuerte ruido de voces.
En aquel momento ni un pensamiento cruzaba, por el cerebro del mayorazgo: todas sus facultades quedaron aniquiladas, rotas por la sorpresa y el horror del golpe. No sentía más que una viva impresión de anhelo, como si se hubiese caído de algún sitio muy elevado y estuviese aún por el aire.
Se atrevió a enmendar la plana a las reinantes, así en el vestir y aderezarse, como en el andar; formaron escuela sus atrevimientos, y hubo peinados, y abanicos, y hasta actitudes con su nombre; ambicionábanse sus saludos y sonrisas en la calle y en los espectáculos, entre los hombres y los mocosos distinguidos, casi tanto como los del Tato o los de la Alboni; rayáronle el afrancesado Beronic con que desde su salida del colegio la habían confirmado sus amigas, por horror justificable al sainetesco nombre con que fue castigada en la pila, y la llamaron todos, en papeles y corrillos, para colmo de su gloria y sello de legítima calidad, Nica Montálvez.
Movimiento de horror en las huestes de Zumalacárregui... Gesto de protesta del caudillo... La agraciada sonríe con una cara de babieca que revela la razón por que figura en la lista... La marquesa de Butrón continúa: Excelentísima señora condesa de Minahonda. Excelentísima señora doña Servanda Molinillos de Martínez.
El apuro del autor no es para pintarse, y ved aquí explicado el horror, la indignación, los escalofríos y trasudores que la presencia del mocetón de la imprenta le produjo. Era preciso acabar el artículo, y antes de acabarlo, era menester seguirlo, empresa de dificultad colosal, por hallarse la imaginación del escritor sin ventura á 100.000 leguas del asunto.
Palabra del Dia
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