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Actualizado: 2 de junio de 2025
Todo vuelve, don José, todo; ya ve Vd., hasta los carlistas. Doña Manuela, picada de no haber escuchado todavía un elogio para su guiso, comenzó a tronar contra la política. No sabéis hablar de otra cosa. Pues dejarles que vengan. Peores que estos que mandan ahora no serán. Calla, mujer. ¡Tú que sabes! Sería un horror.
Las mismas contestó Vérod, mirándole en los ojos; pero más urgentes, más desconsoladoras que las que usted recuerda. Usted me conoce, ¿no es cierto? Yo también lo he reconocido en el acto. Usted sabe que yo vi demasiado temprano la miseria, el vacío, el horror de la vida.
Si yo me encargara de desarrollar el plan, lo haría de ingenioso modo, nunca visto ni en novelas ni en dramas. ¿A ver, á ver? interrogamos todos, yo por afán de penetrar los pensamientos literarios mi amigo; los demás por curiosidad y deseo de ver en todo su horror la cloaca intelectual de aquel atroz ingenio.
AZUCENA. Es verdad, tú no lo sabes, y sin embargo era mi madre, mi pobre madre, que nunca había hecho daño a nadie. ¡Pero dieron en decir que era bruja!... MANRIQUE. ¿Vuestra madre? AZUCENA. Sí; la acusaron de haber hecho mal de ojo al hijo de un caballero, de un Conde. No hubo compasión para ella, y la condenaron a ser quemada viva. MANRIQUE. ¡Qué horror!... Bárbaros... ¿Y lo consumaron?
Tú, que has paseado tantos sueños y tantas hambres, bajo la luna, en las noches sin casa, que conoces tantas lágrimas de tantas crueldades, de tantas injusticias, que has visto el horror de las tabernas cuando todos están borrachos y entonan los lúgubres salmos del delirium tremens, mientras en el espacio gira el anillo de Saturno, nuestro fatídico padrino.
La Guardia Civil, que tiene su puesto en la calle del Labrador, se puso en movimiento; y hasta un señor concejal y un comisario de Beneficencia, que a la sazón paseaban por el barrio eligiendo sitio para el emplazamiento de una escuela, corrieron al lugar del atentado. ¡Horror y escándalo!
Veinte veces se le ocurrió que era preciso concluir. ¿Pero cómo? No se atrevía. Iba á concluir mal. ¡Qué horror! Y para terminar mal, valía más no terminar, seguir hablando, siempre, siempre, siempre. Buscaba el final y no podía encontrarlo. ¡Y el final es tan importante! Podía rehabilitarse en un momento de inspiración. ¡Oh! la idea de concluir sin un aplauso le daba horror.
Y por último, contra lo que más se sublevaba era contra agregarse a la familia de cualquiera de sus hermanos o hermanas y hacer allí el triste papel de huésped perpetua, de tía y de acompañanta, viviendo en algo a modo de poco airosa dependencia y de mal disimulada servidumbre. Horror causaba a Poldy cualquiera de estos planes en que trazaba y representaba su porvenir.
Dicen que en los escaños del Congreso está siempre mirándose el pie, porque lo tiene muy pequeño. La verdad es que otro más antipático no ha nacido... ISIDORA. Cuando palidece se le pone la cara de un tinte ceniciento que causa horror.
Nacida en las tinieblas y el horror, tiene que desaparecer en la vergüenza y el silencio. ¡Hay aún más! Ese deseo es la única falta que escapa generalmente a la justicia del mundo exterior, así como a la sanción de la conciencia en el fondo del corazón, porque éstas no tienen para ella ni expiación, ni castigo.
Palabra del Dia
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