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Actualizado: 4 de julio de 2025


Habla de sus viajes con una frialdad que hiela: adopta cierto estilo semiescéptico, semiburlón, para reírse de los que pretenden tener esa pasión tan horripilante.

Bien pronto la harpía individual fue una harpía colectiva, un monstruo horripilante que ocupaba media calle y tenía cuatrocientas manos para amenazar y doscientas bocas para decir: ¡Cosas malas en el agua! Quien no piensa nunca, acepta con júbilo el pensamiento extraño, mayormente si es un pensamiento grande por lo terrorífico, nuevo por lo absurdo. Aquel día habían ocurrido muchas defunciones.

El final de la historia no era más tranquilizador. La serpiente acababa por morder en el corazón á la princesa, y la desdichada descendía con el peso de su pecado á los infiernos. Vamos, hija mía dijo el confesor tras una pausa, para recobrar su sonrisa después de la historia horripilante. eres más buena que la princesa: no querrás perder tu alma ocultando las faltas al confesor.

Su única preocupación fué calcular bien el tiempo, obedecer la orden, no entretenerse en apuntar; hacer fuego antes del terrible tres, para que no le diesen aquel título horripilante y misterioso. Don Marcos entró en el castillo y volvió á aparecer con las dos pistolas cargadas. Dió una al príncipe. Este no necesitaba lecciones.

Y no se crea que Eugenio proceda de mala fe: ve las cosas tales como las expresa; así como las expresaba por la mañana tales como á la sazon las veia. Dejamos á Eugenio, en el terrible dónde.... que á no dudarlo hubiera abortado una blasfemia horripilante, si no se interrumpiera el monólogo con la llegada de un caballero que con libertad de amigo penetra en el gabinete sin detenerse en antesalas.

El cielo estaba como suele verse en las noches de invierno, limpio, estrellado hasta la profusión, hasta el derroche, cual si saliesen a la bóveda del cielo más astros de los que caben y pugnasen por quitarse el puesto unos a otros. El aire quieto, sereno, tenía un no qué, sólo comparable al fulgor horripilante de la cuchilla acabada de afilar.

En su niñez había figurado entre los mejores alumnos de la escuela de su pueblecillo, pero siempre consideró la ortografía como el más horripilante de los tormentos de la juventud, á causa de la diferencia entre letras mayúsculas y minúsculas.

Un secretario leyó en el Congreso la proposición de nuestro diputado, y el presidente dijo en seguida: El señor de los Peñascales tiene la palabra para apoyarla. Jamás oyó el aludido un estruendo tan horripilante como el que formaron estas palabras en sus oídos. La proposición, por sus extraños términos, había adquirido cierta celebridad en el Congreso, y el orador se estrenaba con ella.

Fingía afeitarle con el horripilante navajón; intentaba introducir entre sus labios las enormes tenazas para extraerle una muela, y mientras tanto, el escribano pronunciaba la fórmula del bautizo: «Por la gracia de nuestro dios Neptuno te llamarás en adelante...». Y le daba un nombre: tiburón, cangrejo, bacalao, ballena, según el aspecto caricaturesco de su persona, apodos que encontraban eco en la fácil hilaridad del público.

Una vez arriba, el ayo informó a los viajeros de lo que ocurría, y pasando adentro las tres señoras, el diplomático se quedó con don Paco en el comedor. Aquí estamos consternados, Sr. D. Felipe dijo el ayo . Y si mi amo no parece, el mundo habrá perdido en el fragor de horripilante batalla a un joven que prometía ser gran filósofo y que ya era insigne calígrafo.

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gallardísimo

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