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Actualizado: 30 de septiembre de 2025
No pudo resistir más... Aunque hubiese de ser horrendo el sufrir, quería de una vez acabar con sus mortales inquietudes y conocer toda la realidad de sus angustiosas sospechas. Abandonó las alturas del bosque y caminando por entre los herbajes se dirigió hacia la cerca del parque.
Es Ataide que en vano al asesino de su madre ha buscado en la pelea; Ataide, á quien dolor de las entrañas y el recuerdo tristísimo de Leila y de su suerte el torcedor cuidado en horrendo afanar le desesperan; es que la muerte, como bien supremo, por todas partes busca y no la encuentra.
Su estupor horrendo duró sólo un minuto... Sabía él nadar... y lo sacaría, sí, lo sacaría, aunque tuviera que bajar a lo profundo, aunque tuviera que hacerse trizas la cabeza contra los escollos del fondo, y luchar allí a brazo partido con el terror y la muerte... Y se arrancaba las ropas, y las tiraba a su paso, y trepaba por las peñas lanzando gritos, dejando en ellas, sin sentirlo, pedazos de la piel de sus piernas desnudas, de su pecho jadeante y comprimido por la espantosa presión del horror...
En cuanto a vituperio, échesele encima todo el que haya disponible, pero al mismo tiempo... bueno será indagar qué causas le llevaron a tan horrible extremo de desesperación... yo observaría si la sociedad no le ha dejado abierta, desamparándole en absoluto, la puerta de ese abismo horrendo que le llama.... ¡Desamparado de la sociedad!
La piedad aconsejaba no se revelase a Isidora un suceso que debía de impresionarla terriblemente; pero a sus amigas les faltó tiempo para decírselo. Ella no lo quería creer; decía que era imposible, que ciertas cosas no pueden pasar nunca. Poco a poco se fue convenciendo, y últimamente razonaba el caso de este modo: «Sí, basta que sea disparatado y horrendo para que sea cierto.
El horrendo crimen, cometido por orden del Rey, no produce el resultado apetecido, porque la Infanta se niega á dar su mano al asesino, manchada con la sangre de su esposa. El conde de Barcelona se acerca con una armada para vengar la muerte de su hija; un hijo de la muerta es el Almirante, y el Rey tiembla ya en su capital.
Dio con esto por cierto lo que se decía de mi madre, y no queriendo quitar a mi padre el propio desagravio de su honra, escribiole, y de tal manera, que mi padre, sin pedir la licencia al rey para dejar la conducta de las galeras con las cuales estaba en las costas de Nápoles, tomó postas para España, y se vino por tierra, temeroso de que la instable mar le dilatase el triste y horrendo logro de la venganza de su honra, que debía ser para él la muerte del dolor y de la pesadumbre de la infamia.
Además me era insoportable la presencia de los periodistas, desde el día en que me ajustaron las cuentas y pusieron en solfa mis sonetos. Me repugnaba el trato de mis críticos, solamente soportables para mí cuando discutían y se peleaban, cada cual en defensa de sus «ideales». Nada más triste que Villaverde al fin del día; nada más horrendo que mi ciudad natal después de obscurecer.
Los ángeles con vestidos blancos, y los demonios con otros de lino y seda, entretejidos de oro ó plata: encendidas las máquinas vomitaron con gran estrépito innumerables maquinillas, que llaman cohetes, en número de más de diez mil, y no hubo ninguna que no ardiese y no diera un horrendo estallido, de suerte que parecía que ardía todo, el cielo y la tierra y el aire, conmovido todo hasta en sus cimientos.
Resplandecía allí un cielo imitado, y veíase un infierno horrendo y se representaron varias historias, que no duraron menos de cuatro horas. Curiosa será, á mi juicio, la relación de las fiestas, que se hicieron en Perpiñán en honor del rey Felipe. Las cuales, seguramente, superaron en magnificencia á las de Barcelona.
Palabra del Dia
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