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Actualizado: 21 de junio de 2025
Deslizándose sobre las rocas, introduciéndose en las cavernas, dormitando medio enterrada en la arena, toda la varia y tumultuosa nación de los crustáceos movía sus herramientas cortantes y tentaculares, hacía brillar sus armaduras japonesas, unas teñidas de rojo casi negro, como si guardasen la sangre seca de un lejano combate, otras de fresca escarlata, lo mismo que si reflejaran en su dureza los primeros fuegos de la aurora.
Un poco mas arriba, se encuentra tambien la embocadura del Matucaré, sobre cuyas orillas habitan algunas tribus itenes, que han formado en aquel punto una especie de aldea donde se cultivan hermosos plantíos de maiz, de mandioca y de plátanos: estos belicosos indios hacen frecuentes incursiones, por el tiempo de la seca, en el distrito de la mision de Exaltacion con el objeto de procurarse armas y herramientas.
Pero vamos á ver, dijo Roger. ¿Cómo es que el soldado no lleva ahora consigo las herramientas de su oficio? Y tú Tristán ¿qué haces con arco, espada y casco en tiempo de paz? Te diré. Es un juego que el amigo Simón se empeñó en enseñarme. Y el bribón resultó maestro, gruñó el arquero. Me ha desplumado como si hubiese caído en manos de los ballesteros del rey de Francia.
En tal caso, no tendré necesidad de ti. No obstante, paséate por los alrededores mañana por la mañana. Si no viniese... ¡pero no, eso es imposible! vienes tú así que se hayan acostado. No importa a que hora. Tal vez le Tas duerma; llama de todos modos, yo te abriré la puerta. Es inútil, señora; he sido cerrajero y conservo mis herramientas. Bien, te esperaré. Pero estoy segura que el conde vendrá.
Volvía a dar sus pasos con rigidez exagerada de intento, y su voz hacía temblar el eco de las vecinas colinas: ¡Vaaamos a otraaa!... Y con este llamamiento tradicional para reanudar el trabajo, los hombres volvían a encorvarse y relampagueaban las herramientas sobre sus cabezas, todas a un tiempo, en acompasadas curvas.
Pirovani le entregó un puñado de billetes de Banco para los gastos de viaje y le dijo adiós, volviendo la espalda con la gallardía de un general que acaba de dictar la orden decisiva del triunfo. Bajó el Fraile los escalones, frunciendo su entrecejo con expresión pensativa: «Debe ser un pedido de herramientas muy urgentes para el trabajo... También es posible que me envíe por dinero...»
Y rebuscando en el saco de sus herramientas, escogió una hoz, la atravesó en su faja y salió de la vivienda, sin que Pimentó intentase atajarle el paso. A tales horas nada malo podía hacer el viejo: que durmiese al raso, si tal era su gusto. Y el valentón, cerrando la barraca, se acostó.
Estos indígenas, cuyas costumbres son en extremos singulares, solo hacen caso de la mediana civilizacion que los rodea, para deslizarse astuta y ocultamente con sus canoas en los pequeños tributarios del Mamoré y del Iténes, donde asechan á los indios de las misiones ó á los soldados brasileros del fuerte de Beira, atacándolos al descuido, muchas veces al favor de las sombras de la noche, sin otro intento que el de procurarse algunas herramientas.
No desdeñaba los resultados, pero los colocaba muy por debajo de un capital de ideas que, según él, nadie sabría representar ni pagar. «Soy decía un obrero que trabaja con herramientas de poco costo, es verdad; pero lo que producen no tiene precio, cuando es bueno.» No se considera, pues, agradecido a nadie. Los servicios que le habían hecho los había comprado y pagádolos bien.
Palabra del Dia
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