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Actualizado: 24 de octubre de 2025
Observara usted que Inesita me llama en su carta «hermana». Sería por mi parte una deslealtad ocultar, a usted el significado de este sustantivo. Inesita está enamorada de mi cuñado Raúl y creo que ambos se han comprometido, sin más autorización que la de sus propios corazones. La familia de Inesita no lo sabe aún.
Y al fin, el imponente automóvil emprendió la marcha hacia el Sur, llevando á doña Luisa, á su hermana, que aceptaba con gusto este alejamiento de las admiradas tropas del emperador, y á Chichí, contenta de que la guerra le proporcionase una excursión á las playas de moda frecuentadas por sus amigas. Don Marcelo se vió solo.
Daba al famoso dormitorio cuya entrada me había prohibido mi hermana, a fin de que tuviera una gran sorpresa el día de mis bodas.
Desesperado, uno de sus adoradores llegó á decirla: «Deme usted siquiera la limosna de un beso». Pero ella, aludiendo con una sonrisa á las veleidades que la murmuración la atribuía, repuso: «¿Una limosna así?... Imposible. Tengo mis pobres...» En sus ratos escasos de soledad y melancolía, la hermana de Frétillon y de Lisette también era poetisa.
El muchacho, que había sufrido con harta impaciencia que le asease la doncella, permitió ahora muy complaciente que su hermana le desasease, y acercando a ella los labios, le preguntó bajito: Di, ¿me quieres, mona? La niña volvió a tirarle de los pelos y a sobarle la cara en fe de eterno cariño. ¿A quién quieres más, a mí o a Tita?
Entonces, el viejo fijó su atención en la hermana de Julio, que sólo tenía tres años, llevándola, como al otro, de rancho en rancho sobre el delantero de su montura. Todos llamaban Chichí á la hija de Chicha, pero el abuelo le dió el título de «peoncito», como á su hermano.
La otra hermana era también joven, acaso más que ella, más baja también, rostro blanco, de cutis transparente que delataba un temperamento linfático, los ojos zarcos, la dentadura algo deteriorada. Por la pureza y corrección de sus facciones y también por la quietud parecía una imagen de la Virgen.
También esta clase de perversidad me la sé de memoria. Fortunata se calló. Fuera que los ojos del clérigo se acostumbraran a la oscuridad, fuera que entrase en el cuarto más luz, ello es que Nicolás empezó a distinguir a su hermana política, sentada sobre el baúl, con un pañuelo en la mano. A ratos se lo llevaba al rostro como para secar sus lágrimas.
Acababa de tomar café; estaba charlando con mi madre y mi hermana en esa pequeña galería de cristales que da a la huerta, cuando entró la Shele. Acudí a su encuentro, la pasé al despacho y cerré la puerta. Siéntate la dije. La muchacha se sentó y yo comencé el interrogatorio. ¿Hace mucho tiempo que estás en Aguirreche? Sí, ya va a hacer mucho tiempo. ¿Cuántos años tienes? Diez y ocho.
Cansado de hablar y enormemente satisfecho de la mejoría de su hermana, levantose Bou del sofá de paja, emblandecido con colchonetes de percal rojo, y estirándose, dijo: «Matías, dame las llaves, que quiero ver lo de arriba». Entregando un sonoro manojo de llaves, Alonso miró a Isidora con atención recordativa.
Palabra del Dia
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