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Actualizado: 24 de octubre de 2025


Durante el silencio de la escritura, oyose en el pasillo próximo rumor de faldas, voces de mujeres y estallido de besos. Moreno levantó la pluma diciendo: «¿Quién es?». No te interrumpas... ¿Qué te importa a ti? Debe de ser Jacinta. Sigue. Pues que pase aquí. ¿Por qué no pasa? Está hablando con tu hermana. ¡Jacinta, Jacintilla!, entra: el monstruo quiere verte.

Y dime, hermana, ¿no pudiera ser que, sin reflexionarlo, y en virtud de ese instinto, más inspirado y menos falible que la reflexión, mirase a veces una soltera boba tan bien o mejor que las más hábiles casadas? Todo es posible. El ingenio lo puede todo. Voy, no obstante, a indicarte los tres principales escollos en que puedes tropezar si te pones a mirar a los hombres.

La hermana San Sulpicio se llamaba en el mundo Gloria Bermúdez. Su padre había muerto cuando ella contaba solamente nueve o diez años de edad. Era un comerciante rico de Sevilla. Su madre, una señora muy piadosa que poco después de la muerte de su esposo llevó a la niña a educarse de interna en el colegio del Corazón de María.

Toda mi vida tendré presente aquel horrorosa dia que vi dar muerte á mi padre y á mi madre, y violar á mi hermana. Quando se retiráron los Bulgaros, nadie pudo dar lengua de esta adorable hermana, y echáron en una carreta á mi madre, á mi padre, y á , á dos criadas, y tres muchachos degollados, para enterrarnos en una iglesia de jesuitas, que dista dos leguas de la quinta de mi padre.

Mucha parte de lo que usted ha callado con tanto afán, por su empeño de echar tierra y más tierra sobre un sentimiento desgraciado dijo Cordero , me lo reveló él mismo. Habrá dicho a usted que me recogió a la muerte de mi padre, poniéndome al amparo de su madre, y mirándome como a hermana. Si se jactó de sus beneficios hizo bien, porque estos fueron grandes en aquella época. No se jactó. Adelante.

Acepté su oferta sin la menor vacilación y él fue a telegrafiar a su hermana mientras yo preparaba mis efectos para tomar el próximo tren.

Así las cosas, se casó don Braulio con doña Beatriz, y a poco, como ya hemos dicho, murió el cura, que era excelente sujeto. Inesita, según era natural, se fue a vivir con su hermana y cuñado; los siguió a Sevilla, y después los siguió a esta alegre capital de las Españas.

Reconozco humildemente la superioridad de su mérito de usted, de su carácter y de sus sentimientos, y ya sabe usted que mi misma madre los ha reconocido muchas veces. Así, pues, no podrá menos de aprobar mi elección y acoger a usted como a una hija predilecta, digna hermana de nuestra Blanca que tanto quiere a usted.

Crece a los ojos del país la gran figura militar del marqués del Duero. Mariano Rufete, que ha vuelto al lado de su hermana, parece inclinado a mejorar su conducta. Ha aprendido algunas cosas; en modales y lenguaje sus adelantos son imperceptibles. Lee bastante; pero sus lecturas no son de lo más escogido.

De buena gana le habría dado un palo. ¿Cómo había de hacerse cargo aquel vagabundo de la razón con que la infeliz mujer se quejaba de su suerte? ¿Quién, sino ella, comprendería el desamparo de su señora, de su amiga, de su hermana, y la noche de ansiedad que pasaría, ignorante de lo que pasaba?

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