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Actualizado: 14 de julio de 2025


Delante de la iglesia, en la plaza de armas, se hallaban parados quince o veinte carros de heridos procedentes de Leipzig y de Hanau. Aquellos desgraciados, pálidos, lívidos, la mirada lúgubre, unos ya amputados, otros que no habían sido curados siquiera, esperaban tranquilamente la muerte.

Ya dije que los heridos se habían transportado al último sollado, lugar que, por hallarse bajo la línea de flotación, está libre de la acción de las balas. El agua invadía rápidamente aquel recinto, y algunos marinos asomaron por la escotilla gritando: «¡Que se ahogan los heridos

De los heridos y muertos, los cuatro ó cinco eran criados suyos. Aquella noche se embarcaron el Duque y Juan Andrea secretamente en sendas fragatas para ir á Sicilia. No les hizo tiempo para partirse: fuéronse la noche siguiente. No se tuvo nada bien el Duque, ya que se iba, irse sin hablar á la gente.

Eso os tienta, ¿no es cierto, bergantes?... mientras que si tratamos de arribar a Bayona o a Burdeos, podemos ver de nuevo Francia y vivir como buenos burgueses con nuestra parte de presa, que no será pequeña, puesto que también nos repartiremos la de esos... añadió Kernok designando a los heridos de la corbeta. Este argumento calmó victoriosamente los últimos escrúpulos de los recalcitrantes.

Terranova no es más que el osario de esos viajeros heridos por el frío. Los más tenues, aunque muertos, quedan flotando, mas acaban por llover cual nevazón en el fondo del Océano, constituyendo esos bancos de conchas microscópicas que, de Irlanda hasta América, constituyen aquel fondo. Maury llama á los dos ríos de agua caliente, el Indico y el Americano, las dos vías lácteas del mar.

Revolvía los ojos con una expresión anonadadora al hablar de felonías y traiciones, como si dispusiera de horrorosos castigos para los culpables. Su voz adoptaba un tono pavoroso, y los dos contendientes ya no pensaron desde este momento en fijar bien su puntería ni en la posibilidad de ser heridos.

Cuando me tocó dejar la guardia, dirigíme a una de las muchas casas del pueblo en que curaban heridos, para que me pusieran algo en la mano izquierda, donde había recibido una contusión que, aunque ligera, me escocía bastante.

La vieja abrió los brazos con un gesto de terror... Muertos... muchos muertos... heridos... sangre. A continuación, otros vehículos blindados se habían detenido en la plaza, y tras de ellos, grupos de jinetes, batallones á pie, numerosos batallones, que llegaban por todas partes. Los hombres con casco parecían furiosos: acusaban á los habitantes de haber hecho fuego contra ellos.

Usábalo en los juegos de argolla y bolos. Mas todo fue nada para ver entrar a don Cosme cercado de muchachos con lamparones, cáncer y lepra, heridos y mancos, el cual se había hecho ensalmador con unas santiguaduras y oraciones que había aprendido de una vieja.

¡No somos mas que ocho! dijo uno de los heridos, muy tranquilo, al parecer, pero a quien chispeaban los ojos bajo una máscara de bronce. ¿Cómo ocho? Vea usted, mi sargento, que estos dos están a punto de hincar el pico... y sería perder esos víveres... El viejo sargento los miró. ¡Es verdad! dijo el guía ; hagamos ocho partes.

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