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¡Santa memoria de Martí, bendita seas! Martí Discurso pronunciado por el Doctor José Antonio González Lanuza En la Cámara de representantes de Cuba el 19 de mayo de 1910 Señor Presidente y señores Representantes: Cuantos aquí nos congregamos, hacemos memoria, sin duda, de una sesión análoga a esta igual a esta diría mejor en el año precedente.

¡Salud, amigo Barbas! dijo el médico alegremente, deteniéndose ante él. ¿Qué hay compañero? Mucho y malo, don Luis. Y esa revolución ¿cuándo la hacemos?... El Barbas miró un instante á Aresti con ojos ceñudos, como si fuese á insultarle: después escupió la nicotina de sus labios con un gesto desdeñoso. Búrlese, don Luis.

Que vengan las muchachas, que vengan las guitarras gritó el de Rumblar, dueño ya tan sólo de la mitad de su corto entendimiento. Poenco, si las traes te hacemos... Te hacemos diputao... ¿Qué es eso? ¡Menistro! ¡Viva la libertad de la imprenta y el menistro señó Poenco!

Si llegan a subir, les hacemos pedazos. Mi marido tomó aquella lanza vieja que tiene allí desde las tan famosas campañas, y poniéndose delante de nosotras en la escalera, nos arengó y dispuso cómo nos habíamos de colocar. ¡Ah, si llegan a subir esos perros! Yo era la más vieja de todas, y la más valiente, aunque me esté mal el decirlo.

La conciencia más pura, Su Ilustrísima lo sabe mejor que yo, está sujeta a error. Cuando pensamos estar haciendo el bien hacemos el mal. El alma de Su Ilustrísima es noble y es santa, según dicen todos los que la conocen. Por algo Dios le ha elegido para apacentar su rebaño. Pero los ojos de Su Ilustrísima no llegan a todas partes como los de Dios. Su brazo se extiende en vano para bendecir.

6 Si nosotros dijéremos que tenemos compañía con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no hacemos verdad; 7 mas si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión con él, entre nosotros, y la sangre de Jesús, el Cristo, su Hijo nos limpia de todo pecado. 8 Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros.

Los piratas tienen que venir de la parte del mar. Es verdad; pero pueden haber desembarcado, para caer de espaldas y de frente sobre nosotros. Van-Horn no respondió; pero movió la cabeza con aire de duda. ¿Qué hacemos? dijo Cornelio después de algunos instantes de silencio. Por ahora, vigilar las aguas.

Ellos destrozan su cuerpo en las minas, ellos dan el mineral, y sin mineral ¿qué sería de esta tierra? Los buenos, los del país, no hacemos más que vigilar su trabajo y aprovecharnos del privilegio de haber nacido aquí antes que ellos llegasen. Son como los negros que en otros tiempos eran llevados á América para mantener á los blancos.

Pero el europeo reemplaza las fuertes pero poco durables lianas con el hierro, el bambú con la tabla de abeto, y el árbol que sustenta el puente con el poderoso estribo de calicanto donde agarra el cable; y la invencion se civiliza y ennoblece. ¿Y qué hacemos los Hispano-colombianos respecto de los europeos?

Los víveres y los demás objetos que contenía habían desaparecido igualmente. Sólo habían dejado allí un remo roto y, por lo tanto, inservible, y algunos trozos de cuerda. ¿Y qué hacemos ahora? se preguntó Van-Stael que parecía anonadado. ¿Quién nos llevará ahora a Timor? ¡Miserables! ¡Hasta los instrumentos náuticos nos han robado! ¡No nos han dejado ni siquiera una galleta! dijo Cornelio.