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Actualizado: 13 de noviembre de 2025


Luego, dirigiéndose al enfermero y a los guardas, les dijo severamente: ¿Han oído ustedes? ¡Cierren en seguida las puertas! Y añadió riendo: De lo contrario, yo y el doctor nos iremos inmediatamente a pasar el rato al Babilonia. Cuando se logró que Petrov se retirase a su aposento y se acostase, el doctor subió a sus habitaciones.

Sobre la escuela de este gran pintor, dije cuatro palabras en presencia suya; noté que me miraba con cierta sorpresa y maravilla; nos despedimos, ofreciéndonos mútuamente nuestras habitaciones en Paris, y seguramente no esperaba yo tener hoy el gusto de verme agasajado por su visita.

Al volver, como siguiese la orilla del riachuelo, arrodillóse en sus márgenes, empapó en el agua el pañuelo y humedeció sus ojos abrasados por lágrimas de fuego: dos horas más tarde la señora de Aymaret entraba radiante de alegría en las habitaciones de la huérfana.

Pues bien, hijo mío, yo voy a hacer la comisión... Ven conmigo a esperar la contestación, si hay alguna. Y el señor de Maurescamp, seguido del muchacho, volvió sobre sus pasos, atravesó rápidamente el patio y entró en sus habitaciones.

Además, en esos sitios no se deja en paz á la nieve como lejos de las habitaciones humanas: el viento, girando en torno de las casas, ha levantado á un lado montones de nieve y la ha barrido al lado contrario. Cierto desorden en la naturaleza indica la proximidad del hombre. Pero ahí, como en todas partes, reina el silencio; raro es el rumor que lo turba, en el valle y en los montes.

Lanzóse fuera del comedor y trepó la escalerilla de sus habitaciones, pero misia Casilda le siguió, dispuesta a zarandearle como se merecía: sabido es que la tía Silda tenía sus momentos de energía formidables. Pero, por más que ella se apresuró, Quilito llegó el primero arriba y se encerró a piedra y lodo.

Como se había propuesto no dejar en paz a nadie en la casa, hasta se metía con la pobre Loca, una gata vagabunda que ejercía la rapiña en todas las habitaciones, pero cuyas correrías toleraban los vecinos porque con ella no quedaba rata viva.

Era el primer momento de tranquilidad y alegría que había tenido el joven en algunos días. El antiguo hotel con sus habitaciones grandes, de alto techo; sus corredores en discreta penumbra y su calma conventual, le parecía un lugar de delicias, un ameno retiro en el que se consideraba libre ya de las murmuraciones y luchas que le habían oprimido como un círculo infernal.

Los talleres y naves de la fábrica se convirtieron en habitaciones estrechas, como celdas, y al rumor alegre del trabajo, padre de la vida, sucedió en el recinto el más medroso silencio, sólo interrumpido a horas fijas por cantos misteriosos y graves, entonados en una lengua muerta.

Al entrar en su parque, un grupo de alemanes estaba tendiendo los hilos de una línea telefónica. Acababan de recorrer las habitaciones en desorden y reían á carcajadas leyendo la inscripción trazada por el capitán von Hartrott: «Se ruega no saquear...» Encontraban la farsa muy ingeniosa, muy germánica. El convoy invadió el parque. Los automóviles y furgones llevaban una cruz roja.

Palabra del Dia

vengado

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