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Siguieron los tres adelante, atravesaron algunas habitaciones, y al fin doña Ana se detuvo en un patinillo lóbrego. Llovía con abundancia, y empapado por la lluvia, estaba en el centro del patinillo el cadáver del sargento mayor. Doña Ana le señaló con terror. ¿Veníais en busca de ese cadáver? dijo el duque. Sí; sí, señor contestó el alcalde.
»Estas habitaciones me dan frío; en ellas tengo miedo, y al encontrarme ante un busto marmóreo o uno de esos inmóviles retratos que adornan sus paredes, resurge en mí la Antoñita de siempre. ¡Temo que soy la misma, Amaury!
No tenía esos aburrimientos negros de los hombres gastados: no se le ocurría jamás una frase irónica, incisiva, de las que aun entre enamorados suelen usarse. Sus alegrías eran bulliciosas y pueriles hasta rayar en ridículas. Divertíase en correr por las habitaciones del pequeño entresuelo detrás de Clementina, o en esconderse de ella y asustarla.
¡Oh! ¡Dios mío! exclamó doña Clara. Y apartándose de la duquesa dió á correr, loca, anhelante, atravesó algunas habitaciones, y en una cayó entre los brazos de la reina que la había salido al encuentro. Oye, Clara, la dijo Margarita ; consuélate, enjuga tus lágrimas; te traigo buenas noticias. ¿Dónde está, señora? En la torre de los Lujanes. ¿Y puedo verle? Sí.
Raza de herreros y estañadores y de gentes que no tienen una nocion regular de la idea de la propiedad, tradicionalmente habituadas á los fraudes, los robos rateros, las mistificaciones y los procederes hipócritas, los Gitanos han comprendido sin duda que sus habitaciones debían ser apropiadas á la ocultación y el disimulo.
¿Quién no ha creído oír muchas veces, entre los bramidos del huracán, voces que nos llaman por nuestros propios nombres? ¿cuántas veces las hemos oído llamar a las vidrieras y a las puertas como para hacerse abrir por la fuerza las habitaciones desiertas en las cuales vivieron sus almas en algún tiempo?
El agua es indispensable en todas partes; se necesita para limpiar las calles y las habitaciones; para beber todos los seres que tienen vida, desde el hombre y los animales domésticos, hasta la modesta flor que crece en la maceta de la ventana ó en el césped que humedece el vapor emanado de las fuentes.
Los tres hermanos gemían bajo aquel sistema carcelario; Pablo Aquiles, que tenía ya veinticinco años, no salía de noche sin permiso, y estaba obligado, bajo las más severas penas, a regresar a casita a las diez: antes de acostarse, registraba el padre en camisón y palmatoria en mano las habitaciones de los hijos; una noche estaba vacío el lecho del varón... Esperóle en el zaguán; y cuando entró, casi le desnuca del garrotazo.
Mirando hacia arriba, le parecía que se inclinaban, amenazando caer, las dos masas de habitaciones que á un lado y otro de la calle se levantan.
La reina, á juzgar por las apariencias, no estaba en el alcázar; al menos no estaba en las únicas habitaciones donde podía estar, porque suponer que la reina hubiese salido por las puertas de servicio, era un absurdo; ¿pero no podía haber salido la reina por algún pasadizo semejante á aquel por donde había aparecido el rey?
Palabra del Dia
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