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Actualizado: 13 de noviembre de 2025


En este ambiente de lobreguez señorial, los objetos del pasado se amoldarían con facilidad, sin el grito de protesta que parecían lanzar al ponerse en contacto con las paredes blancas de las habitaciones modernas... La histórica morada exigía cuantiosos desembolsos; por algo había cambiado de propietario muchas veces.

Las casas son bajas, como las de los pueblos, y hay algunas de corredor con habitaciones numeradas, cuyas puertas se ven por la medianería.

14 Y extenderé mi mano sobre ellos, y tornaré la tierra asolada y espantosa, más que el desierto de Diblat, en todas sus habitaciones; y sabrán que yo [soy] el SE

De repente, hacia la puerta que conducía a las habitaciones de Josefina, se oyó el crujir de un vestido de seda que rozaba contra el muro: era que la niña venía al cuarto de su madre. Lázaro se puso en pié, indicando a la duquesa con los ojos el ruido de los pasos que se acercaban, y ella bajó calladamente la cabeza.

Juventud... ¡juventud! murmuraba el viejo con una sonrisa de tolerancia. Y tenía que hacer un esfuerzo, recordar la dignidad de sus años, para no pedir á Argensola que le presentase á las fugitivas, cuya presencia adivinaba en las habitaciones interiores.

La recibió el contratista en lo alto de la escalinata, acompañándola después por las diversas habitaciones, pálido de emoción al verse á solas con la «señora marquesa».

No sabía lo que pensaba, no podía medir la inmensidad del trastorno que su pariente le exigía, no estaba resuelto sino á echarse en brazos del primero que fuera capaz de consolarle. Llegó por fin, después de preguntar mucho, á la calle de Válgame Dios. Vió el número de la casa, miró á las ventanas del segundo piso y había luz en las habitaciones.

Al volver a su despacho ya no les hizo caso alguno. Pasó por entre ellos como un actor que atraviesa los bastidores después de haber estado un rato en escena. Unos minutos después tornó a salir bajando a las habitaciones de su esposa. Hallóla sola, entretenida en leer un libro devoto.

Excitada la curiosidad de todos, quisimos recorrerla luego que hubimos descansado unos minutos y lo hicimos en tropel, entrando y saliendo por las vastas habitaciones solitarias, turbándolas con nuestros gritos y risas. En la planta baja había un gran salón de techo elevadísimo, con pavimento de azulejos colocados en caprichoso mosaico.

Pasó a las habitaciones de su esposa que se hallaban en el piso principal. ¿Quién es la que está durmiendo todavía? ¿Quién es...? ¿quién? ¡Nadie... nadie... nadie! respondió una voz femenina de timbre claro y armonioso. ¿No es Elena? ¡No, no es Elena! Y al mismo tiempo hizo irrupción en el gabinete una hermosa joven y le echó los brazos al cuello.

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