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Eran destellos de la enorme pupila las gotas de refulgente argentería líquida que saltaban de rayo a rayo, a cada vuelta; y el quejido penoso que la pesada rueda exhalaba al girar, completaba el símil, remedando el hálito del monstruo. Un puente lanzado con osadía sobre el mismo arco de la catarata que formaba la presa dejaba ver, al través de su tablazón mal junta, el agua espumante y rugiente.

Si sobre mi sepulcro vieres brotar un día, entre la espesa yerba, sencilla humilde flor, acércala a tus labios y bésa el alma mía, y sienta yo en mi frente, bajo la tumba fría, de tu ternura el soplo, de tu hálito el calor.

Ambos se miraron en un instante, instante muy largo, durante el cual se creyeron envueltos en la irradiación de una atmósfera de luz, calor y vida. Al dejar de contemplarse, fuese que el esplendor del ocaso es breve y se extingue luego, fuese por otras causas íntimas y psicológicas, imaginaron que sentían un hálito frío y que empezaba a anochecer. Oyose la palabra ronca de Borrén el inaguantable.

En las noches serenas y tibias oíase su arrullo, suave y lento, cuando en el aire había un hálito de juventud que parecía exhalarse de la activa expansión de la savia nueva.

Cogió entonces sus Horas Canónicas, y, como solía hacerlo a menudo, descendió a la iglesia para subir en seguida a la segunda plataforma del almenado Cimborio, que forma a la vez el ábside de la Catedral y el torreón más ancho y más fuerte de la muralla. Era a fines de abril. El hálito del alba apaciguó en todo su ser la irritación del insomnio, como una ablución de rocio.

El aire tibio nos traía de las márgenes vagos aromas de frutos maduros, de flores marchitas, de musgo y tierra, que era el hálito de la Naturaleza dormida. La profunda negrura de las riberas, donde las sombras se acumulaban, hacía más brillante y glorioso nuestro camino. Parecía que marchábamos, suspendidos en las tinieblas, sobre un rayo de luna.

A impulsos de la savia de su energía, agitan las palmeras sus verdes plumas; mientras allá, en la selva fresca y sombría, van flotando calladas las densas brumas. Como alígeras flores de oro y zafiro llevadas por el hálito de auras sutiles, los insectos se esparcen con manso giro a libar la ambrosía de los pensiles.

Sin ver a D. Miguel sintió su hálito poderoso, y bajándose repentinamente al tiempo que aquél llegó a echarle la zarpa, consiguió que fallara el golpe y fuera a dar de bruces en el altar. Antes que el párroco pudiera revolverse, ya había emprendido la carrera hacia la puerta. Fue en vano.

Al mismo tiempo, unas manos delicadas y fragantes le tenían cerrados los ojos, mientras un hálito dulce le refrescaba la frente. El gabinete de la torre se henchía de vagos y tenues sonidos que su imaginación transformaba en conciertos misteriosos. Estaba tan fuera de que no sabía si se hallaba en realidad despierta, por más que conservase todas sus potencias.

Es que éste viene en efecto; la nieve se funde por las ráfagas de aire tibio y se infiltra en el suelo, ó bien, mezclada con el barro, se dirige hacia el arroyo por los vallecillos y regueros; la vegetación, adormecida durante los fríos, despierta lentamente. Todo parece renacer. Un hálito venido del Mediodía ha renovado la vida en la arboleda, en el arroyo y en nosotros mismos.